Hace unos días publicamos una reseña de Stardust, la novela de Neil Gaiman; hoy, Pedro L. Manzano nos envía un análisis, su opinión sobre dicha novela, la novela gráfica y la película.
Os dejamos con ella:
Stardust y el sentido de la
maravilla.
Por Pedro López
Manzano.
Hace no demasiado tiempo me
hallaba (como de costumbre) con un libro entre las manos, cuando encontré en el
mismo unas palabras que hicieron que un escalofrío recorriera mi espina dorsal,
releyéndolas de puro gozo y señalando la página en que aparecían para más
adelante recuperarlas. Así rezaban:
Dunstan se dio cuenta de cómo
la tela sedosa de su vestido se aferraba a su cuerpo; fue consciente de sus
curvas elegantes y de sus ojos violeta puestos sobre él, y tragó saliva.
Dunstan se metió la mano
en el bolsillo y sacó su pañuelo. Ya no podía mirar a la mujer. Volcó el dinero
sobre el mostrador.
—Cóbrate lo que valga
esto —dijo, escogiendo de la mesa una campanilla blanca y pura.
—En este tenderete no aceptamos dinero. —Le devolvió las
monedas.
—¿No? ¿Y entonces qué aceptáis? —Ahora estaba de lo más nervioso y su
única misión era obtener una flor para... para Daisy, Daisy Hempstock...
obtener su flor y partir, porque, a decir verdad, la joven le estaba haciendo
sentir terriblemente incómodo.
—Podría quedarme el color de tu pelo —dijo ella—, o todos tus
recuerdos antes de los tres años. Podría quedarme con el oído de tu oreja
izquierda... no todo, sólo el suficiente como para que no disfrutaras de la
música, ni de la corriente de un río, ni del suspiro del viento.
Dunstan sacudió la
cabeza.
—O un beso tuyo. Un beso, aquí en mi mejilla.
—¡Eso lo pagaré de buen
grado! —dijo Dunstan, que se inclinó sobre el tenderete, entre el repiqueteo de
las flores de cristal, y depositó un beso casto en su suave mejilla. Entonces
pudo oler su aroma, embriagador, mágico; le llenó la cabeza y el pecho y la
mente.
—Bien, ya está —dijo ella, y le entregó su campanilla blanca. Él la
tomó con unas manos que de pronto le parecían enormes y torpes, en absoluto
pequeñas y perfectas en todos los aspectos, como las de la chica del país de
las hadas—. Y esta noche volveremos a vernos aquí, Dunstan Thorn, cuando la
luna se oculte. Ven aquí y silba como un mochuelo. ¿Sabes hacerlo?
Él asintió y se alejó
de ella vacilante; no le hacía falta preguntar cómo sabía su apellido, se lo
había arrancado, junto con otras cosas, como por ejemplo su corazón, cuando él
la besó. La campanilla cantaba en su mano.
Inmediatamente después de leer este fragmento, tuve que cerrar el libro y
clavar la mirada en el techo blanco y soso, imbuido por el éxtasis lector. La
novela era Stardust. Su autor Neil Gaiman.
STARDUST, LA NOVELA.
Stardust tiene un formato de
cuento largo episódico, en un tono amable y con una escritura pulcra y cuidada,
engañosamente simple. Tanto el estilo como la temática recuerdan a uno de los
escritores favoritos de Gaiman:
C. S. Lewis. Una historia fantástica
disfrutable por todos los públicos, pero sin la a veces excesiva intención
moralizante ni las alegorías religiosas del creador de la célebre saga de
"Narnia".