Y seguimos "recuperando" material publicado en nuestras revistas. Concretamente, estamos con el material aparecido en el #1. En esta ocasión, os traemos un relato escrito por Carlos Daminsky, e ilustrado por Pedro Belushi:
CARLOS LOVECRAFT
Me llamo Carlos Lovecraft, tengo 35 años y soy... escritor. Ya sé que no debería decir eso, pero ya me da igual. Sí, soy escritor; aunque la profesión de escribir esté prohibida, incluida cualquier otra actividad humana. Por este estado tecno-fascista y sus férreas leyes .
El día que el régimen democrático fue derrocado por las hordas robóticas del Comandante Exeror, se demostró que los humanos habíamos quedado obsoletos. Ahora toda la raza humana estaba relegada a un segundo plano, condenada a la esclavitud y la servidumbre. Aunque siempre están los que se aprovechan de todo eso... Sí, son las viles serpientes traidoras que colaboran con el estado absolutista. Personas sin escrúpulos dispuestas a todo por tener exclusivos privilegios. Un búnker, por ejemplo, más amplio les bastaba para traicionar a cualquiera. Su humanidad ya poco les importaba...
Y las serpientes no tardaron en dar un informe con mi nombre en letras rojas. Eso, sabía que tarde o temprano iba a ocurrir. Tampoco hacía mucho por ocultarlo. Sentado a la luz de las velas, al costado de la ventana de la torre de hormigón dónde vivía junto a las demás personas que nos ocupábamos de la limpieza de la zona Norte de la capital, daba rienda suelta en mi cabeza transcribiendo aquellas historias que me atormentaban sin descanso. Era prioritario para mi sacar todas aquellas palabras. Era algo que debía hacer por necesidad, puesto que si no enfermaba. Las palabras literalmente me devoraban por dentro, si quedaban encerradas... Debía dejarlas salir a toda costa.
Escribía con lápices y folios; que había encontrado escondidos en unas cajas, entre los desperdicios de un escombrero durante los trabajos forzados de limpieza. No lo sé, a lo mejor aquellos útiles fueron los que me magnetizaron... No lo sé, ciertamente... Pero a partir de entonces, esa ansia por escribir inundó mi cabeza como un baño de aguas turbulentas. Y así me convertí en un escritor necesario.
Y todos aquellos demonios primigenios fueron saliendo, de mi interior...
Mi manifiesta actividad, puso enseguida en acción al brazo represor. Las sombras entraron silenciosamente en mi celda y me rodearon.
—¿Carlos Lovecraft? —preguntó una voz robótica, neutra.
—Sí, soy yo —respondí yo tranquilamente, mientras dejaba de escribir.
—Queda usted detenido por profesar actividad no autorizada, contradiciendo las leyes establecidas para la reglamentación de actividades humanas dictadas en 1999; año de la entrada del Tecno-Régimen, salvador de este arcaico mundo, y cuyo Caudillo el Comandante Exeror creado por la gracia de los Superordenadores es supremo mandatario y benefactor de esta nueva era de esplendor.
Una molesta luz se encendió y mis ojos se deslumbraron. Después noté como algo, rodeaba y apretaba mis muñecas. Mi exterminio había llegado... No tardaría en ser volatilizado en algún acto público de escarmiento. Y yo extrañamente me sentía bien... Muy bien... Relajado ante mi fin.
Pero todo cambió de repente... Sí... Cuando uno de los robots soldados, husmeó entre las altas pilas de folios que había estado escribiendo. ¿Tanto había escrito? Casi ni había sido consciente.
Y entonces sucedió... Las sombras arcanas se alargaron por toda la celda y yo miré sorprendido como mis creaciones escritas tomaban forma y cuerpo desde la absoluta nada. Eran mis criaturas, mis demonios... Mis monstruos que rugían ferozmente, después del parto forzoso a la realidad. Y los robots fueron aplastados sin piedad por su furia, convertidos en absurdas chapas desencajadas.
Allí estaban los poderosos primigenios, ante mí. Sus tamaños se doblaron y se doblaron, creciendo descomunalmente hasta que reventaron la torre de hormigón y los colosales cuerpos viscosos repletos de tentáculos y protuberancias repugnantes, me parecieron lo más hermoso y místico que había visto... Oh, sí... Bello en verdad, ver tanta furia incontrolada e innata aquella noche perfecta de estrellas relucientes.