Ray Bradbury fue a lo largo de toda su carrera el responsable de un pequeño (o gran) milagro, dignificar la ciencia ficción como un género (no subgénero, que rima con subproducto) apto para toda clase de lectores inteligentes y personalidades inquietas en busca de lecturas que valiese la pena releer una y otra vez como los grandes clásicos. Miembro del selecto grupo de los “grandes” junto a Asimov, Clarke o Heinlein (a decir verdad faltan otros muchos, pero no es ocasión de mencionarlos aquí), Bradbury no solo escribió literatura fantástica en general si no literatura con mayúsculas, de las que seducen a toda clase de lectores más allá de manías o pasiones.
 
Un servidor descubrió a Bradbury a la tierna edad de diez años, cuando un primo mío me regaló una recopilación de cuentos de una colección editada a comienzos de los setenta. Era el año 1984 y el relato en cuestión era El zorro y el bosque; lo leí de una sentada aquella mañana en el pueblo de mi abuelo, y lo que me conmovió no fue la tragedia de dos fugitivos del tiempo que huyen de agentes policiales provenientes de su distante futuro, sino la poesía que emanaba su prosa.

Poco después, tuve a oportunidad de ver en un pase televisivo la psicodélica adaptación al cine de El hombre ilustrado (1969) con Rod Steiger. Me impresionó tanto la cruel paradoja de un hombre cuyo cuerpo ha sido tatuado con visiones del futuro que vendrá, que inicié un comic basado en ella que jamás terminé. En aquel tiempo, comienzos de los ochenta, también emitieron la miniserie Crónicas marcianas (1980) con Rock Hudson, que quizá no daba la talla con la calidad de la obra original (¿Qué adaptación alcanza la grandeza de la obra literaria?) pero tampoco estaba tan mal, la verdad. Una novela fragmentada en relatos que adoraba Borges sobre la imposibilidad del ser humano de convivir y respetar una civilización ancestral que agoniza ante la llegada de los visitantes (o invasores) terrícolas a las llanuras marcianas. Una sesión de sábado por la mañana visioné Farenheit 451(1966) del magnífico François Truffaut, la más popular de las adaptaciones de Bradbury, cuyo rodaje fue un calvario para el cineasta por sus continuos enfrentamientos con su protagonista Oskar Werner, y que Mel Gibson afirmó detestar a los cuatro vientos mientras anunciaba su propia versión. Todo lo contrario de un Spielberg que adoraba a Truffaut como cineasta y como persona. Gibson jamás filmó su Farenheit y Frank Darabount mantiene el suyo en vilo desde hace varios años.

Homenaje al acto de leer y amar los libros (Bradbury adoraba las bibliotecas), su conmovedor final con los hombres libros leyendo y memorizando, a salvo de los bomberos destinados a quemar las obras impresas, es uno de los instantes más poéticos de toda la historia del cine de ciencia ficción. Es cierto que faltan detalles como el perro robot o la guerra nuclear, pero la obra de Truffaut es pura poesía visual. En 1982, la Walt Disney adaptó El carnaval de las tinieblas con Jack Clayton a la dirección y Bradbury al guion, proyecto que tentó a Sam Peckimpah y Spielberg sobre una feria que transmite el mal allá donde es instalada y que es mucho mejor que lo que ciertos mentideros van propagando por ahí. Su estrepitoso fracaso (al igual que le ha pasado a John Carter) casi la condenó a la desaparición total; aquí llegó directa a video. Quizá las (discutibles) decepciones con el medio cinematográfico llevaron a Bradbury a colaborar en míticas teleseries (Alfred Hitchcock presenta) hasta crear la suya propia: The Ray Bradbury Theatre (85-92). Pero en 2005, un Peter Hyams en horas (definitivamente) bajas perpetró un aborto; El sonido del trueno, que echaba por tierra el magistral relato que la inspiraba sobre la fragilidad del tiempo y que un insignificante acto en el pasado puede provocar una hecatombe en el futuro.
 
El mayor logro de Bradbury en el cine fue su guión para el Moby Dick (56) de John Huston, que también quiso adaptar Crónicas marcianas y que James Cameron planeó llevar también como miniserie. Zack Snyder (director de 300) quiere actualizar El hombre ilustrado y suenan ecos en el ambiente de adaptar El vino del estío y Las doradas manzanas del sol.
 
Que ironía que a Bradbury se le adapte masivamente tras su muerte (como a Philip K. Dick) pese a que sus noventa y un años han dado para mucho por su nutrida y numerosa producción literaria. Ser un narrador moral (en ocasiones moralista) cuyo dominio del lenguaje ya quisiéramos poseer la mayoría de nosotros.
 
Con Harlan Ellison muy enfermo, se nos están marchando los grandes, cuyo brillo no obstante adivinamos en lo profundo de una noche estrellada. Brillos que nos llevan a ser nosotros mismos autores de nuestras ficciones, que a ser posible memorizaremos para tenerlas orgullosos dentro de nosotros.
 
Maestro, descanse en paz. (1920-2012)
 

Jorge Zarco Rodríguez

Publicado por J. J. Arnau suscribirse a los artículos de J. Javier Arnau: Hay dos momentos claves que marcan su vida; la visión de La Guerra de las Galaxias, y la lectura de El Señor de los Anillos. Bueno, y Galáctica, y Doctor Who, y Asimov, Clarke, Orson Scott Card, Lovecrafft, Poe, Robert Howard, y Star Trek, Espacio 1999, El Planeta de los Simios (la serie),… el rock duro y el heavy metal. De vez en cuando, para desintoxicarse, se mete unas dosis de novela histórica (imaginando un escenario fantástico…). En fin, que ha tenido una vida muy marcada. Y así ha acabado, claro, ¿qué se podía esperar? (Blogs: Por Si Acaso: Previniendo Desastres, Delirios Varios, Currículum Literario)

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