Gerardo Garrido nunca fue un tipo amable. Por el periódico circulaban historias terribles, todas ciertas, debo admitir; sin embargo yo siempre tuve una relación especial con aquel jefe de redacción, malhablado y déspota. Supongo que en parte me recordaba a mi padre, eternamente malhumorado. O quizás la verdad fuera menos freudiana y todo se debiera a nuestra pasión común por los libros.
«Ya me han dado número para diñarla, niña», me dijo el día que llamó desde el hospital. Nadie sabía que lo iban a ingresar. Yo odiaba que me llamara «niña», por eso él lo hacía siempre que me tenía que pedir un favor: no soportaba la cortesía hipócrita. Me dictó una lista de libros que debía recogerle en su casa: Farenheit 451, 1984, El rebaño ciego, Un mundo feliz, Futuro imperfecto, La naranja mecánica, Fuga para una isla, ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, El planeta de los simios, El cortafuegos... «¿No prefieres algo más optimista?», le dije cuando acabé de apuntar. «¡Y una mierda!», me contestó, «quiero palmarla convencido de que estáis jodidos!»
«Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o la Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino, se encuentra la melancolía.»
Me detuve un instante en el pasillo, con la mano en el picaporte. La puerta tenía un ojo de buey por el que vi a Garrido, lleno de sondas, cables y goteros. Sostenía de mala manera uno de los libros que le había traido un par de días antes; entonces estaba en plena crisis y no me dejaron verlo. Respiré hondo y me comí las lágrimas, convencida de que nunca estaría preparada para aquello. Empujé la puerta con decisión.
—Creía que nunca me dejarías el camino libre —dije alegremente.
Garrido me miró con ojos brillantes de placer.
—¡Redios! ¡La niña! ¿Ya te han nombrado jefa de redacción? —apenas reconocía su voz a causa de la sonda nasal.
—Sólo en funciones..., el director dice que «Garrido será nuestro Jefe de Redacción mientras le quede un Hálito de Vida», te juro que se notan las mayúsculas.
Gerardo hizo un gesto despreciativo.
—Siempre fue un imbécil sentimental o un sentimental imbécil..., no sé qué cojones es peor. —Me miró con malicia—. Pero tú tranquila, va a ser cuestión de días, un par de semanas como mucho. —Señaló con el libro hacia el gotero—. Morfina a chorro, no pueden hacer otra cosa.
Sentí que los ojos se me arrasaban y le quité el libro para disimularlo.
—«Farenheit 451», la temperatura a la que arde el papel: bomberos quemando libros, un mundo dominado por las telenovelas y los reality-shows, buenos y leales ciudadanos, disfrutando de la felicidad en cómodos tetra-bricks... Eso es empezar duro.
—¡No es para tanto! —respondió el viejo gruñón—. ¡Redios! Si al final acaba bien y todo.
—No recuerdo yo un final feliz, precisamente.
—¡Claro que sí! ¡Termina con un renacimiento! ¡La hostia!..., y nada renace sin morir primero; el problema es que la gente vive como si no se fuera a morir nunca.
—Yo creo que la película es un poco más esperanzadora, suprime alguno de los aspectos más negativos.
—¡Nada de eso! ¿Por qué lo dices?, ¿por que esconden la guerra? Yo no veo nada de positivo en eso, ni siquiera veo intencionalidad, simplemente no les cabía. No fue la guerra lo único que quitaron, también se llevaron por delante a Faber y al Sabueso y me idiotizan al capitán Beatty, el jefe de bomberos, para ahorrarse esas magníficas discusiones con Montag, a golpe de cita.
—No es sólo por quitar la guerra, hay más cosas, por ejemplo, Truffaut salva a Clarisse y permite un toque romántico, aunque el propio Truffaut lo negara; yo eso lo veo positivo.
—¡No me vengas con romances!, en el libro no hay ninguno... ni falta que hace.
—Me parece que te haces el duro, como siempre, pero al final, el amor es lo único que cuenta, me lo has dicho muchas veces. Me parece que la película tiene sus aciertos: el apodo de «hombres-libro», por ejemplo, es muy gráfico y no es de Bradbury. Me recuerda a lo de «Elemental querido Watson», que no encontrarás en ninguna novela de Conan Doyle. También es buena idea suprimir a Faber, ese tío mata la historia completamente.
—Estoy de acuerdo en que a Bradbury se le fue la olla con Faber y su radio, hablándole a Montag al oído, ¡redios! ¡Es patético! Pero a pesar de eso, tenían que haber mantenido el personaje en la película; es fundamental en la evolución de Montag, mucho más que Clarisse, que no actúa más que como detonante.
—Por eso Truffaut refuerza el papel de Clarisse dándole más peso en la historia.
—¡Peso! ¿A eso le llamas «peso», niña? Pero si se saca de la manga escenas ridículas. Vale que se dedique a podar el libro, pero todo el trozo de la escuela, que se lo inventan en la película, no sé a qué santo viene, ¡da grima!
—No es para tanto, lo que pasa es que ha envejecido mal; el cine de la Nouvelle Vague no pasó de ser un experimento de jóvenes sin un duro y, ahora, tanto pseudo-realismo resulta chocante.
—¡Déjate de melindreces de erudita! La verdad, la auténtica verdad, es que no se puede hacer una película con ese libro porque no hay historia, porque a Bradbury, el argumento se la trae floja.
—Pues van a rodar otra, ¿lo sabías?
—¡Pierden el tiempo! Lo que cuenta de 451 es lo que dicen los personajes y eso no se puede llevar a la pantalla y soltarlo en un par de horas. Todo el libro no es más que una cascada de reflexiones sobre ese mundo, teóricamente futuro, pero que en realidad es el nuestro, el de todos los días.
»Bradbury diseña una sociedad de cartón-piedra y coloca en ella unos monigotes, para poder decir todo lo que quiere decir. Fíjate, por ejemplo, lo que opina Clarisse sobre la educación, recuerda que Clarisse es una adolescente de dieciséis años, no la maestra que se inventan en la película: «No considero que sea sociable reunir a un grupo de gente y, después, no dejar que hable. Una hora de clase de TV, una hora de baloncesto, de pelota-base o de carreras, otra hora de transcripción o de reproducción de imágenes y más deportes. Pero ha de saber que nunca hacemos preguntas o, por lo menos, la mayoría no las hace; no hacen más que lanzarte respuestas, ¡zas!, ¡zas! [...] Esto no tiene nada que ver con la sociabilidad. Nos fatigan tanto que al terminar el día, sólo somos capaces de acostarnos, ir a un Parque de Atracciones para empujar a la gente, romper cristales en el Rompedor de Ventanas o triturar automóviles en el Aplastacoches, con la gran bola de acero»
—Pienso que estás muy equivocado al decir que no hay una historia, la ruptura de Montag y Mildred es una historia tristísima. Ese momento en el que Montag le pregunta a su mujer «¿Dónde y cuándo nos conocimos?» y no logran recordarlo, es estremecedor. Con unas pocas líneas, Bradbury está contando una historia entera de incomunicación y desamor. Esos párrafos me afectan tanto como el intento de suicidio de Mildred. »Por otro lado, tu dices que reflexiona sobre un mundo teóricamente futuro, pero es que para Bradbury nuestro mundo de hoy, «es» el futuro, ten en cuenta que escribió Farenheit 451 en 1.953.
—¡Hay que joderse! Siempre me he preguntado, si hace medio siglo el mundo ya se parecía tanto al nuestro o es que Bradbury era presciente. En el 53, la televisión apenas había nacido, pero Mildred y sus amigas no viven más que para las telenovelas y los reality-show.
»Pero en realidad me da lo mismo, sea como sea, muchas de las cosas terribles que aparecen en el libro están ocurriendo en este momento, no hay más que pensar en la sencillez con la que se llega a ese mundo sin libros, en palabras del capitán Beatty: «...los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un diccionario [...] Los años de Universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. Por último, casi completamente ignorados. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?»
—Tienes razón en que es una sociedad despreciable, sin embargo, los hombres que la han construido son unos idealistas. El capitán Beatty es un idealista fanático que solo desea lo mejor para la humanidad. —Tomé el libro de las manos de Garrido para buscar un párrafo. Mis dedos rozaron los suyos, fríos y secos como rastrojos de invierno y un escalofrío me recorrió la espalda. Encontré lo que buscaba y lo leí, engolando la voz para disimular mi turbación.— «Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución, sino todos hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces, todos son felices, por que no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables. ¡Ea! Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre. ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? ¿yo?»
»Cómo bien dice Goya —concluí—, «El sueño de la razón engendra monstruos»
—¡Y qué lo digas! Estos idealistas, cómo tu les calificas, ¡esos jodidos idealistas!, sueñan con hacer feliz a la humanidad entera, ¿qué digo «hacer»?, quieren entregar la felicidad en bandeja, cómodamente empaquetada, lista para usar, escucha —Garrido pasa un par de páginas—: «¿Qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser feliz, ¿no es así? ¿No lo has estado oyendo toda tu vida? «Quiero ser feliz», dice la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en abundancia». Para el capitán Beatty, tu «idealista» capitán Beatty, los bomberos son los «Guardianes de la Felicidad». Le explica a Montag que «...nos enfrentamos con la pequeña marea de quienes desean que todos se sientan desdichados con teorías y pensamientos contradictorios».
—No hace falta tanta mordacidad para que admita que los mayores idealistas han traído las mayores desgracias, pero al principio, ese idealismo parece necesario. Cuando los libros se convirtieron, aparentemente, en un obstáculo para lograr la felicidad, quemarlos adquirió un significado simbólico. Yo creo que así debió comenzar todo.
—¡Idiotas! ¡Imbéciles descerebrados! ¡No entienden lo que «es» un libro! Creen que se puede quemar, que quemándolo lo destruyen, desaparece, deja de existir. Los bomberos sacralizan el libro, el libro físico, con sus tapas y sus guardas, con sus páginas y sus forros y hacen de sus hogueras una liturgia cargada de significado. ¡Pero el cabrón de Bradbury conoce la verdad, tal y cómo Faber se la explica a Montag!: «No es libros lo que usted necesita, sino algunas de las cosas que en un tiempo estuvieron en los libros. El mismo detalle infinito y las mismas enseñanzas podrían ser proyectados a través de radios y televisores, pero no lo son. No, no: no son libros lo que usted está buscando. Búsquelo donde pueda encontrarlo, en viejos discos, en viejas películas y en viejos amigos. [...] Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos olvidar. No hay nada mágico en ellos. La magia sólo está en lo que dicen los libros».
—Son palabras verdaderas, no cabe duda y hoy día está pasando algo parecido. Hay mucha gente enamorada de los libros, los coleccionan y los atesoran pero nunca los leen y se llenan la boca hablando contra las páginas web, sin percibir la diferencia entre continente y contenido. Incluso a Montag le resulta dificil de entender. Cuando se reúne con los hombres-libro, a pesar de saber que memorizan los libros, al descubrir que después los queman para no ser perseguidos, sufre una fuerte impresión, no comprende que lo único que ha cambiado es el medio, el mensaje pervive. Pero él sigue viendo algo sagrado en el libro en sí mismo, por lo que es, tanto si contiene una obra de arte o es pura bazofia, ya sea novela o poesía...
—¡La poesía que la quemen! ¡No hay problema! Estoy de acuerdo con esa amiga de Mildred que le responde Montag, después de que este les haya leído un poema: «...poesía y lagrimas, poesía y suicidio y llanto y sentimientos terribles, poesía y enfermedad. ¡Cuanta basura!». ¡A la hoguera con la poesía y los poetas! —A mí no me puedes decir eso, y lo sabes; he estado en tu casa y he visto tus libros: tienes poesía para hundir el edificio. Lo que pasa es que hay que cuidar la leyenda de Garrido, el canalla.
—Tengo los libros, es cierto, pero hace mucho, mucho tiempo que no los leo, en realidad juré no leerlos nunca más. ¡Debería haberlos quemado!
—¿Y por qué no lo has hecho?
—¡Porque soy un viejo estúpido!..., —desvió la vista hacia el embozo de la sábana, como avergonzado—, estuve casado..., con una poetisa... ¿A qué viene esa cara? —me miraba de reojo—. ¿No puedo haberme casado?
—¡Como poder...! Pero admitirás que para enamorarse de ti, hacen falta un par de ovarios.
—¡Puede ser! El caso es que me casé... ¡Fue un desastre!
—¡No me digas!; ¿No funcionó? —no pude evitar un deje sarcástico.
—¡Calla, niña!
—Como me vuelvas a llamar niña te comes el gotero, te lo digo en serio.
—¡Será posible que me amenace una puta becaria de los cojones!
—Descanse sargento Garrido, ya hace diez años que dejé de ser una pebece. Y cuéntame la historia de tu matrimonio..., debe ser graciosa.
—¡Graciosa! ¡Pues ni puta gracia que me hizo a mí! Lágrimas, llanto, enfermedad, suicidio..., todo el paquete completo que cuenta la amiga de Mildred.
—¿Ella se suicidó?
—Ella no, ¡cojones! ¡Yo! O al menos lo intenté.
Ahora si que estaba realmente sorprendida.
—Jamas hubiera pensado en ti como candidato al suicidio.
—Pues lo intenté... Desde entonces aborrecí la poesía... ¡Qué verdad dice Beatty! «Dale unos cuantos versos a un hombre y se creerá el Señor de la Creación» ¡Y a una mujer, no te digo nada!
—Sé que en el fondo no piensas eso, la poesía es la más alta manifestación de la literatura. Inteligencia, amor y vida convertidos en palabras.
—¡Paparruchas!
—«La poesía es un arma cargada de futuro» dice Blas de Otero, y es difícil expresar tanto con tan pocas palabras, esa es la magia de la poesía, esconder un universo, ¡mil universos!, en un puñado de palabras. En realidad Bradbury es un poeta, o crees que se puede escribir esto sin serlo: «El Sabueso no tocaba el mundo. Llevaba consigo su silencio, de modo que, a través de toda la ciudad, podía percibirse el silencio que iba creando».
Garrido se recostó en la almohada, fatigado. La voz se convirtió en un susurro.
—Ya puedo oír el silencio del Sabueso, pero mientras me alcanza haré lo que los hombres-libro le recomiendan a Montag: «Llena tus ojos de ilusión. Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos.», lo último lo tengo fácil, pero sólo tu puedes llenar mis ojos de ilusión, niña.
«Ya me han dado número para diñarla, niña», me dijo el día que llamó desde el hospital. Nadie sabía que lo iban a ingresar. Yo odiaba que me llamara «niña», por eso él lo hacía siempre que me tenía que pedir un favor: no soportaba la cortesía hipócrita. Me dictó una lista de libros que debía recogerle en su casa: Farenheit 451, 1984, El rebaño ciego, Un mundo feliz, Futuro imperfecto, La naranja mecánica, Fuga para una isla, ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, El planeta de los simios, El cortafuegos... «¿No prefieres algo más optimista?», le dije cuando acabé de apuntar. «¡Y una mierda!», me contestó, «quiero palmarla convencido de que estáis jodidos!»
«Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o la Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino, se encuentra la melancolía.»
Me detuve un instante en el pasillo, con la mano en el picaporte. La puerta tenía un ojo de buey por el que vi a Garrido, lleno de sondas, cables y goteros. Sostenía de mala manera uno de los libros que le había traido un par de días antes; entonces estaba en plena crisis y no me dejaron verlo. Respiré hondo y me comí las lágrimas, convencida de que nunca estaría preparada para aquello. Empujé la puerta con decisión.
—Creía que nunca me dejarías el camino libre —dije alegremente.
Garrido me miró con ojos brillantes de placer.
—¡Redios! ¡La niña! ¿Ya te han nombrado jefa de redacción? —apenas reconocía su voz a causa de la sonda nasal.
—Sólo en funciones..., el director dice que «Garrido será nuestro Jefe de Redacción mientras le quede un Hálito de Vida», te juro que se notan las mayúsculas.
Gerardo hizo un gesto despreciativo.
—Siempre fue un imbécil sentimental o un sentimental imbécil..., no sé qué cojones es peor. —Me miró con malicia—. Pero tú tranquila, va a ser cuestión de días, un par de semanas como mucho. —Señaló con el libro hacia el gotero—. Morfina a chorro, no pueden hacer otra cosa.
Sentí que los ojos se me arrasaban y le quité el libro para disimularlo.
—«Farenheit 451», la temperatura a la que arde el papel: bomberos quemando libros, un mundo dominado por las telenovelas y los reality-shows, buenos y leales ciudadanos, disfrutando de la felicidad en cómodos tetra-bricks... Eso es empezar duro.
—¡No es para tanto! —respondió el viejo gruñón—. ¡Redios! Si al final acaba bien y todo.
—No recuerdo yo un final feliz, precisamente.
—¡Claro que sí! ¡Termina con un renacimiento! ¡La hostia!..., y nada renace sin morir primero; el problema es que la gente vive como si no se fuera a morir nunca.
—Yo creo que la película es un poco más esperanzadora, suprime alguno de los aspectos más negativos.
—¡Nada de eso! ¿Por qué lo dices?, ¿por que esconden la guerra? Yo no veo nada de positivo en eso, ni siquiera veo intencionalidad, simplemente no les cabía. No fue la guerra lo único que quitaron, también se llevaron por delante a Faber y al Sabueso y me idiotizan al capitán Beatty, el jefe de bomberos, para ahorrarse esas magníficas discusiones con Montag, a golpe de cita.
—No es sólo por quitar la guerra, hay más cosas, por ejemplo, Truffaut salva a Clarisse y permite un toque romántico, aunque el propio Truffaut lo negara; yo eso lo veo positivo.
—¡No me vengas con romances!, en el libro no hay ninguno... ni falta que hace.
—Me parece que te haces el duro, como siempre, pero al final, el amor es lo único que cuenta, me lo has dicho muchas veces. Me parece que la película tiene sus aciertos: el apodo de «hombres-libro», por ejemplo, es muy gráfico y no es de Bradbury. Me recuerda a lo de «Elemental querido Watson», que no encontrarás en ninguna novela de Conan Doyle. También es buena idea suprimir a Faber, ese tío mata la historia completamente.
—Estoy de acuerdo en que a Bradbury se le fue la olla con Faber y su radio, hablándole a Montag al oído, ¡redios! ¡Es patético! Pero a pesar de eso, tenían que haber mantenido el personaje en la película; es fundamental en la evolución de Montag, mucho más que Clarisse, que no actúa más que como detonante.
—Por eso Truffaut refuerza el papel de Clarisse dándole más peso en la historia.
—¡Peso! ¿A eso le llamas «peso», niña? Pero si se saca de la manga escenas ridículas. Vale que se dedique a podar el libro, pero todo el trozo de la escuela, que se lo inventan en la película, no sé a qué santo viene, ¡da grima!
—No es para tanto, lo que pasa es que ha envejecido mal; el cine de la Nouvelle Vague no pasó de ser un experimento de jóvenes sin un duro y, ahora, tanto pseudo-realismo resulta chocante.
—¡Déjate de melindreces de erudita! La verdad, la auténtica verdad, es que no se puede hacer una película con ese libro porque no hay historia, porque a Bradbury, el argumento se la trae floja.
—Pues van a rodar otra, ¿lo sabías?
—¡Pierden el tiempo! Lo que cuenta de 451 es lo que dicen los personajes y eso no se puede llevar a la pantalla y soltarlo en un par de horas. Todo el libro no es más que una cascada de reflexiones sobre ese mundo, teóricamente futuro, pero que en realidad es el nuestro, el de todos los días.
»Bradbury diseña una sociedad de cartón-piedra y coloca en ella unos monigotes, para poder decir todo lo que quiere decir. Fíjate, por ejemplo, lo que opina Clarisse sobre la educación, recuerda que Clarisse es una adolescente de dieciséis años, no la maestra que se inventan en la película: «No considero que sea sociable reunir a un grupo de gente y, después, no dejar que hable. Una hora de clase de TV, una hora de baloncesto, de pelota-base o de carreras, otra hora de transcripción o de reproducción de imágenes y más deportes. Pero ha de saber que nunca hacemos preguntas o, por lo menos, la mayoría no las hace; no hacen más que lanzarte respuestas, ¡zas!, ¡zas! [...] Esto no tiene nada que ver con la sociabilidad. Nos fatigan tanto que al terminar el día, sólo somos capaces de acostarnos, ir a un Parque de Atracciones para empujar a la gente, romper cristales en el Rompedor de Ventanas o triturar automóviles en el Aplastacoches, con la gran bola de acero»
—Pienso que estás muy equivocado al decir que no hay una historia, la ruptura de Montag y Mildred es una historia tristísima. Ese momento en el que Montag le pregunta a su mujer «¿Dónde y cuándo nos conocimos?» y no logran recordarlo, es estremecedor. Con unas pocas líneas, Bradbury está contando una historia entera de incomunicación y desamor. Esos párrafos me afectan tanto como el intento de suicidio de Mildred. »Por otro lado, tu dices que reflexiona sobre un mundo teóricamente futuro, pero es que para Bradbury nuestro mundo de hoy, «es» el futuro, ten en cuenta que escribió Farenheit 451 en 1.953.
—¡Hay que joderse! Siempre me he preguntado, si hace medio siglo el mundo ya se parecía tanto al nuestro o es que Bradbury era presciente. En el 53, la televisión apenas había nacido, pero Mildred y sus amigas no viven más que para las telenovelas y los reality-show.
»Pero en realidad me da lo mismo, sea como sea, muchas de las cosas terribles que aparecen en el libro están ocurriendo en este momento, no hay más que pensar en la sencillez con la que se llega a ese mundo sin libros, en palabras del capitán Beatty: «...los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un diccionario [...] Los años de Universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. Por último, casi completamente ignorados. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?»
—Tienes razón en que es una sociedad despreciable, sin embargo, los hombres que la han construido son unos idealistas. El capitán Beatty es un idealista fanático que solo desea lo mejor para la humanidad. —Tomé el libro de las manos de Garrido para buscar un párrafo. Mis dedos rozaron los suyos, fríos y secos como rastrojos de invierno y un escalofrío me recorrió la espalda. Encontré lo que buscaba y lo leí, engolando la voz para disimular mi turbación.— «Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución, sino todos hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces, todos son felices, por que no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables. ¡Ea! Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre. ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? ¿yo?»
»Cómo bien dice Goya —concluí—, «El sueño de la razón engendra monstruos»
—¡Y qué lo digas! Estos idealistas, cómo tu les calificas, ¡esos jodidos idealistas!, sueñan con hacer feliz a la humanidad entera, ¿qué digo «hacer»?, quieren entregar la felicidad en bandeja, cómodamente empaquetada, lista para usar, escucha —Garrido pasa un par de páginas—: «¿Qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser feliz, ¿no es así? ¿No lo has estado oyendo toda tu vida? «Quiero ser feliz», dice la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en abundancia». Para el capitán Beatty, tu «idealista» capitán Beatty, los bomberos son los «Guardianes de la Felicidad». Le explica a Montag que «...nos enfrentamos con la pequeña marea de quienes desean que todos se sientan desdichados con teorías y pensamientos contradictorios».
—No hace falta tanta mordacidad para que admita que los mayores idealistas han traído las mayores desgracias, pero al principio, ese idealismo parece necesario. Cuando los libros se convirtieron, aparentemente, en un obstáculo para lograr la felicidad, quemarlos adquirió un significado simbólico. Yo creo que así debió comenzar todo.
—¡Idiotas! ¡Imbéciles descerebrados! ¡No entienden lo que «es» un libro! Creen que se puede quemar, que quemándolo lo destruyen, desaparece, deja de existir. Los bomberos sacralizan el libro, el libro físico, con sus tapas y sus guardas, con sus páginas y sus forros y hacen de sus hogueras una liturgia cargada de significado. ¡Pero el cabrón de Bradbury conoce la verdad, tal y cómo Faber se la explica a Montag!: «No es libros lo que usted necesita, sino algunas de las cosas que en un tiempo estuvieron en los libros. El mismo detalle infinito y las mismas enseñanzas podrían ser proyectados a través de radios y televisores, pero no lo son. No, no: no son libros lo que usted está buscando. Búsquelo donde pueda encontrarlo, en viejos discos, en viejas películas y en viejos amigos. [...] Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos olvidar. No hay nada mágico en ellos. La magia sólo está en lo que dicen los libros».
—Son palabras verdaderas, no cabe duda y hoy día está pasando algo parecido. Hay mucha gente enamorada de los libros, los coleccionan y los atesoran pero nunca los leen y se llenan la boca hablando contra las páginas web, sin percibir la diferencia entre continente y contenido. Incluso a Montag le resulta dificil de entender. Cuando se reúne con los hombres-libro, a pesar de saber que memorizan los libros, al descubrir que después los queman para no ser perseguidos, sufre una fuerte impresión, no comprende que lo único que ha cambiado es el medio, el mensaje pervive. Pero él sigue viendo algo sagrado en el libro en sí mismo, por lo que es, tanto si contiene una obra de arte o es pura bazofia, ya sea novela o poesía...
—¡La poesía que la quemen! ¡No hay problema! Estoy de acuerdo con esa amiga de Mildred que le responde Montag, después de que este les haya leído un poema: «...poesía y lagrimas, poesía y suicidio y llanto y sentimientos terribles, poesía y enfermedad. ¡Cuanta basura!». ¡A la hoguera con la poesía y los poetas! —A mí no me puedes decir eso, y lo sabes; he estado en tu casa y he visto tus libros: tienes poesía para hundir el edificio. Lo que pasa es que hay que cuidar la leyenda de Garrido, el canalla.
—Tengo los libros, es cierto, pero hace mucho, mucho tiempo que no los leo, en realidad juré no leerlos nunca más. ¡Debería haberlos quemado!
—¿Y por qué no lo has hecho?
—¡Porque soy un viejo estúpido!..., —desvió la vista hacia el embozo de la sábana, como avergonzado—, estuve casado..., con una poetisa... ¿A qué viene esa cara? —me miraba de reojo—. ¿No puedo haberme casado?
—¡Como poder...! Pero admitirás que para enamorarse de ti, hacen falta un par de ovarios.
—¡Puede ser! El caso es que me casé... ¡Fue un desastre!
—¡No me digas!; ¿No funcionó? —no pude evitar un deje sarcástico.
—¡Calla, niña!
—Como me vuelvas a llamar niña te comes el gotero, te lo digo en serio.
—¡Será posible que me amenace una puta becaria de los cojones!
—Descanse sargento Garrido, ya hace diez años que dejé de ser una pebece. Y cuéntame la historia de tu matrimonio..., debe ser graciosa.
—¡Graciosa! ¡Pues ni puta gracia que me hizo a mí! Lágrimas, llanto, enfermedad, suicidio..., todo el paquete completo que cuenta la amiga de Mildred.
—¿Ella se suicidó?
—Ella no, ¡cojones! ¡Yo! O al menos lo intenté.
Ahora si que estaba realmente sorprendida.
—Jamas hubiera pensado en ti como candidato al suicidio.
—Pues lo intenté... Desde entonces aborrecí la poesía... ¡Qué verdad dice Beatty! «Dale unos cuantos versos a un hombre y se creerá el Señor de la Creación» ¡Y a una mujer, no te digo nada!
—Sé que en el fondo no piensas eso, la poesía es la más alta manifestación de la literatura. Inteligencia, amor y vida convertidos en palabras.
—¡Paparruchas!
—«La poesía es un arma cargada de futuro» dice Blas de Otero, y es difícil expresar tanto con tan pocas palabras, esa es la magia de la poesía, esconder un universo, ¡mil universos!, en un puñado de palabras. En realidad Bradbury es un poeta, o crees que se puede escribir esto sin serlo: «El Sabueso no tocaba el mundo. Llevaba consigo su silencio, de modo que, a través de toda la ciudad, podía percibirse el silencio que iba creando».
Garrido se recostó en la almohada, fatigado. La voz se convirtió en un susurro.
—Ya puedo oír el silencio del Sabueso, pero mientras me alcanza haré lo que los hombres-libro le recomiendan a Montag: «Llena tus ojos de ilusión. Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos.», lo último lo tengo fácil, pero sólo tu puedes llenar mis ojos de ilusión, niña.
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