¿A partir de qué momento un producto cultural que nos apasiona nos convierte en meros consumidores del mismo? Es inevitable que si una obra es atractiva, tarde o temprano va a ser explotada comercialmente. Pero ¿son los expertos en marketing conocedores de la importancia cultural de la obra? ¿Saben apreciar sus matices, los que le han llevado a su reconocimiento? Sin entrar en juicios de valor sobre unos u otros, está claro en cualquier caso que en ocasiones, las necesidades comerciales afectan al resultado. Si no fuera así, no existirían las versiones del director, los llamados cortes.
Puede que sea la ciencia-ficción más popular y por ello, más codiciada por las productoras, donde se han hecho más habituales. Salvo el llamado cine de autor ―en el que es el propio director el productor de su obra― la pugna entre la libertad creativa y las necesidades comerciales de los que ponen los recursos, es lo que decide el producto que finalmente se ve en las salas. Desde Blade Runner con Ridley Scott, hasta Los Últimos Jedi de Ryan Johnson, pasando por Los Cuatro Fantásticos de Josh Trank. Unas Veces se inclina hacia un lado y otras hacía otro. Un caso reciente que podría resultar paradigmático por la repercusión y sobre todo, porque parece demostrar el poco éxito de la imposición de las ideas comerciales de los productores, es la todavía por estrenar versión de Zack Snyder de La Liga de la Justicia. Pero antes, un muy breve resumen de cómo se ha llegado hasta aquí.
Del papel a la pantalla
Aunque películas de superhéroes han existido desde hace décadas, no ha sido hasta entrado este siglo cuando han encontrado la coyuntura necesaria que les ha convertido en un género de éxito. Sobre todo el comercial. El primer paso se dio con Spiderman (Sam Raimi, 2002), que comenzó a aprovechar los incipientes efectos digitales generados por computador, también llamados CGI. Pero fue solo un paso pequeño que no llegó a finalizarse, debido tal vez a que el público no estaba preparado para ver su personaje favorito recreado digitalmente ―el mismo público que unos años después abarrotaría las salas para ver productos digitalizados prácticamente en su totalidad―. Pero no nos adelantemos. El considerado paso definitivo fue el dado por El Caballero Oscuro (Christopher Nolan, 2008) donde el director londinense tuvo suficiente libertad creativa para mostrarnos un Batman inédito, un personaje real, que se olvidaba del lenguaje del cómic, de los disfraces calcados, de los villanos de opereta, y lo adaptaba usando el lenguaje propio del medio usado, no otro ajeno a él. El resultado ya es historia, otras películas de superhéroes comenzaron a venir, siendo la más significativa Iron Man (Jon Favreau, 2008) cuyo éxito confirmó una situación que conllevó la compra de Marvel por parte de Disney el 31 de agosto de 2009, aprovechando la coyuntura para poner lo que hacía falta y construir todo un universo cinematográfico. No solo eso, se llevó con ella el talento creativo contratando al propio Jon Favreau y el productor Kevin Feige, designados a cargo del proyecto y haciendo un buen trabajo uniendo las historias particulares de cada personaje con la suficiente coherencia. El éxito fue tan grande y tan rápido que otros creyeron que era solo cuestión de dinero.
Imitar sin comprender
La Trilogía del Caballero Oscuro ha sido de las más exitosas e influyentes culturalmente tanto en el género como en el mundo cinematográfico. Warner y DC lo tenían todo encarrilado en apariencia. Sin embargo, aunque habían abierto el melón no supieron qué hacer a continuación. Así que mientras tanto, tuvieron que contemplar atónitos el espectacular paso triunfal de la competencia. Con Nolan continuando con sus cosas, necesitaban otro talento creativo que llevara los héroes de la DC a la gran pantalla ¿Qué otro director ha destacado por sus adaptaciones al cómic? Aquí es donde aparece Zack Snyder, que cuenta con las reconocidas adaptaciones de los cómics 300 de Frank Miller y Watchmen de Alan Moore como guionistas. Si bien los más expertos en el mundillo del cine suelen ser críticos con su excesivo uso de la cámara lenta y las imágenes congeladas, e independientemente de otras apreciaciones subjetivas, se puede decir que intenta respetar la obra original y dotar de cierto sentido estético ―visual y simbólico― a su obra. En definitiva, se le ve disfrutar de su trabajo, como consecuencia, su obra es el reflejo de la pasión que pone en ella. Algo que es de agradecer en estos tiempos de obsesión crematística rápida y fácil, independientemente de la opinión que se tenga de él como profesional.
El primer fruto del intento de la DC en construir su propio universo cinemático con Snyder de fuerza creativa fue El hombre de acero (2013), una cinta que aunque no arrolló, logró reinventar de manera sólida por primera vez al Superman de Christopher Reeve. Este era un escollo que el anterior intento de Brandon Routh con Superman Returns (Bryan Singer, 2006) no pudo superar, al intentar el imposible de traer de vuelta a la versión irrepetible de Richard Donner. Snyder, con asesoramiento del propio Nolan se desvinculó creativamente de lo que se conocía en pantalla del personaje y nos trajo a la versión más realista realizada hasta la época. Todo iba a su ritmo dado lo alto del listón dejado por Nolan, más lento que el MCU pero caminando sobre terreno firme, siendo las críticas provenientes de los aficionados más chillones y fanáticos que seguían pidiendo un calco del personaje de papel y «más humor», olvidando que la creación de un héroe necesita de una mitología construida sobre una tragedia.
La cuestión es que todo comenzó a torcerse con Batman v Superman (Snyder, 2016), debido al nerviosismo de Warner al ver a la competencia marchar como una locomotora mientras sus que productos convencían, pero no creaban ni alimentaban al fanatismo. Ansiosos por replicar a Marvel y para querer contentar a todo el mundo, obligaron a recortar la mencionada obra para hacerla supuestamente más ligera, pero lo que hicieron fue eliminar fragmentos que le hacían perder coherencia y sentido. El resultado, en lugar de arreglar nada lo estropeó todo, siendo la versión extendida, con todo el metraje original del director, lo único que merece la pena. Repitió el mismo error con El escuadrón suicida (David Ayer, 2016), un engendro que agrupa un batiburrillo de personajes del montón que juntos no ofrecen la más mínima coherencia. El desastre se consumó cuando una desgracia familiar obliga por las circunstancias a Snyder a dejar sus obligaciones laborales, en concreto, la filmación de La Liga de la Justicia (2017). Fue sustituido por Joss Whedon, un director conocido por Buffy, cazavampiros (1997) y sobre todo, por la espectacular Los Vengadores (2012), la película que confirmó la triunfal marcha del MCU. Pero Whedon no era el alma creativa del universo marvelita. Cargar sobre sus hombros la misión de repetir lo que ni él mismo pudo con Los Vengadores: la era de Ultrón (2015), desembocó en un exploit de Marvel, reduciendo un concepto pionero del género como la JLA a un grupo cualquiera de personas con trajes y poderes, sin personalidad, sin historia, sin justificación, metidos con calzador en un guion pobre y cambiado sobre la marcha.
La paradoja del aficionado
Resulta paradójico que haya tenido que ser un grupo de seguidores los que con una iniciativa difundida gracias a su esfuerzo, los que hayan logrado hacer recapacitar a la productora a considerar la versión inicial de Snyder, que nunca tuvo que haberse alterado y menos motivado por lo que fue ¿Qué clase de aficionados son? ¿un grupo de fanáticos chillones? Los llamados haters no son algo por desgracia nuevo. Llevan apareciendo desde el estreno de Los Últimos Jedi, Captain Marvel (2019) o Star Trek: Discovery. Pero no estar de acuerdo con lo ofrecido en pantalla no es lo que distingue a un hater, sino su actitud. En el caso del #releasesnydercut, no se han dedicado a increpar, insultar y menospreciar, sino que reclamaban el respeto por la creación cultural y la libertad creativa. Iniciativa a la que se han sumado algunos actores protagonistas como Gal Gadot y Ben Affleck. Y lo más importante, porque en lugar de destruir han logrado recaudar miles de dólares para donarlos a una asociación para la prevención del suicidio. En cualquier caso, el problema no es la versión de Whedon, sino desvirtuar lo ideado por otra persona por motivos poco edificantes.
Qué versión será mejor o cuál va a gustar a un mayor número de aficionados no es de lo que va la historia, sino de un grupo valiente de aficionados que han defendido un modo de hacer cine que rinde respeto a su propio lenguaje y a la creatividad, por encima del rendimiento comercial.
¿Y tú, qué tipo de aficionado eres?
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