Isaac Asimov continúa en Nueva Guía de la Ciencia mostrándonos su entusiasmo y capacidad para la divulgación científica, postulando sobre las posibilidades de la especie humana para conocerse a si misma a través de la creación de inteligencias semejantes a la suya. Como buen positivista científico no duda en las posibilidades de que el ser humano logre alcanzar dicho sueño, pero no tiene reparos en reconocer las especiales circunstancias que rodean al funcionamiento de nuestra mente, ocultas aún y sin perspectivas claras de conocer sus entresijos.
De forma brillante, y al igual que otros grandes escritores de ciencia-ficción comprometidos con la ciencia como Stanislaw Lem, cuestiona la utilidad practica de obsesionarse con la meta de recrear de forma exacta nuestra mente, mostrándose a favor de buscar una inteligencia artificial que nos complemente, en lugar de una que pueda sustituirnos.
¿Qué logro sería mayor que la creación de un objeto que sobrepasase a su creador? ¿Cómo podríamos consumar la victoria de la inteligencia de una forma más gloriosa que al transmitir nuestra herencia, en triunfo, una inteligencia superior, y de nuestra propia creación?Pero seamos prácticos. ¿Existe algún peligro real de sustitución?
En primer lugar, debemos preguntamos si la inteligencia es una variante unidimensional, o si no pueden existir clases cualitativamente diferentes de inteligencia, incluso muchísimas clases diferentes. Por ejemplo, aunque los delfines tienen una inteligencia similar a la nuestra, parece sin embargo de una naturaleza diferente a la humana, puesto que aún no hemos conseguido establecer líneas de comunicación entre las especies. A fin de cuentas, los ordenadores pueden diferir de nosotros también cualitativamente, No resultaría sorprendente que fuese de este modo y no de otro.
Asimismo, el cerebro humano, formado de ácido nucleico y proteínas con un fondo acuoso, ha sido el producto del desarrollo de tres mil quinientos millones de años de evolución biológica, basada en efectos al azar de mutación selección natural y otras influencias, e impulsado hacia delante por la necesidad de supervivencia.
Por otra parte, el ordenador, construido con conexiones electrónicas y corriente eléctrica contra un fondo de semiconductores, ha sido el producto del desarrollo de cuarenta años de diseños humanos, basados en la cuidadosa previsión e ingeniosidad de los seres humanos, e impulsados hacia delante por la necesidad de servir a sus usuarios humanos.
Cuando dos inteligencias son tan diferentes en estructura, historia, desarrollo y propósitos no resulta, pues, sorprendente que sus inteligencias sean tan ampliamente diferentes también en naturaleza.
Por ejemplo, desde el mismo inicio los ordenadores fueron capaces de resolver complejos problemas referentes a operaciones aritméticas con números, y llevario a cabo con mayor velocidad que cualquier ser humano, y con muchísimas menos probabilidades de error. Si la habilidad aritmética es la medida de la inteligencia, entonces los ordenadores han sido más inteligentes que los seres humanos durante todo el tiempo.
Pero es posible que la pericia aritmética y otros talentos parecidos no son todo aquello para lo que ha sido primeramente diseñado el cerebro humano, que tal tipo de cosas, al no ser nuestra especialidad, naturalmente las llevamos a cabo de una manera más bien pobre.
Es posible que la inteligencia humana implique tan sutiles cualidades como perspicacia, intuición, fantasía, imaginación, creatividad, la habilidad para comprender un problema como un conjunto y adivinar la respuesta por la «sensación» de la situación. Si es así, entonces los seres humanos son muy inteligentes, y los ordenadores en realidad no son inteligentes. Ahora mismo no podemos imaginar cómo podrá remediarse esta deficiencia en los ordenadores, dado que los seres humanos no pueden programar un ordenador para que sea intuitivo o creativo, por la muy buena razón de que no sabemos qué hacemos nosotros mismos cuando ejercemos esas cualidades.
¿Aprenderemos algún día a programar los ordenadores para que desplieguen una inteligencia humana de esta clase?
Concebiblemente, pero en ese caso podemos elegir no hacerlo así ante nuestra natural reluctancia a ser remplazados. Además, ¿cuál podría ser el interés en duplicar la inteligencia humana, construir un ordenador que pueda brillar con una débil humanidad, cuando podemos de manera tan sencilla formar las cosas reales por unos ordinarios procesos biológicos? Sería algo parecido a entrenar a los seres humanos desde la infancia para llevar a cabo «maravillas matemáticas» similares a las que puede hacer un ordenador. ¿Y por qué, cuando la más barata calculadora hace eso por nosotros?
Seguramente nos resultará remunerador desarrollar dos inteligencias que se hallan tan diferentemente especializadas, con lo que diferentes funciones pueden desarrollarse con la más elevada eficiencia. Podemos imaginamos numerosas clases de ordenadores con diferentes tipos de inteligencia. Y, con el empleo de métodos de ingeniería genética (y con la ayuda de los ordenadores), podemos incluso desarrollar variedades de cerebros que desplieguen especies de inteligencias humanas.
Con inteligencias de diferentes especies y géneros, existe la posibilidad por lo menos de una relación simbiótica, en que todos cooperarán en aprender a comprender mejor las leyes de la Naturaleza y la forma más benigna en que podamos cooperar con ellas. Ciertamente, la cooperación lo hará mucho mejor que cualquier otra variedad de inteligencia por sí misma.
Visto de esta forma, el robot/ordenador no nos sustituirá sino que nos servirá como nuestro amigo y aliado en la marcha hacia un glorioso futuro: si no nos destruimos a nosotros mismos antes de que comience esa marcha...
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