Una de las principales virtudes de una buena obra de Ciencia-Ficción es su capacidad para crear escenarios hipotéticos que sirvan de inspiración para posteriores debates, filosóficos, sociales o científicos en general. Sin embargo, existe una tendencia seguramente equivocada al pensar que la respuesta a los enigmas que la humanidad ha buscado desde el principio de los tiempos se encuentra dentro de estas obras, cuando lo que en realidad se pretende en la mayoría de los casos es plantear preguntas, señalar dudas y advertir de desconocidos, pero inquietantemente posibles, peligros futuros.
Es cierto no obstante, que en algunas obras artísticas de todo tipo, la intención no es únicamente la de transmitir esa duda, sino también la de llenarla con unas ideas decididas por los autores, guionistas, directores o productores. Esto puede incluir desde el inculcar una moralina determinada, hasta la más pura propaganda ideológica.
En Blade Runner (BR en adelante); si bien se transmite la visión algo pesimista y oscura del creador de la novela en la que se basa, y que marcaría la tónica general postmoderna de las décadas siguientes no solo en la Ciencia-Ficción, sino en la sociedad en general; se plantean principalmente dudas, sin necesariamente pretender darles respuesta. Es ahora, desde aquí, cuando vamos a buscar algunas de ellas.
Blade Runner y Frankenstein
En los inicios de la investigación de la Energía Nuclear, también surgieron algunas voces catastrofistas que continúan oyéndose, al igual que cuando surge cualquier otro descubrimiento que afecta a nuestra forma de ver el mundo y a nosotros mismos. Películas como El Síndrome de China (James Bridges, 1978) advertían de las consecuencias que un uso irresponsable de semejante capacidad de producir energía podía conllevar. Lamentablemente para los habitantes de Chernóbil, los sucesos que allí ocurrieron demostraron que estas advertencias eran fundamentadas.
En cuanto a la supuesta vida creada, los Replicantes son unos entes biológicos artificiales con una enorme capacidad intelectual; de forma que, si bien no era esa la pretensión inicial, acaban desarrollando sus propios sentimientos y su propia concepción del universo y de si mismos; siendo conscientes de su limitada existencia, en clara analogía a como hace la propia especie humana.
El ser humano debe gran parte de sus peculiaridades a la certidumbre de su muerte, a su limitada existencia sobre este planeta, confiriéndole así un deseo intenso y especial en aprovechar cada minuto que permanezca sobre este planeta, preguntándose constantemente de donde vienen y qué vendrá después. El replicante pasa por esta misma vicisitud, con la diferencia de conocer con gran precisión el momento de su muerte y a los responsables de esa situación, su creador.
De alguna forma, los replicantes serían víctimas de su equivalente del Complejo de Edipo, al desear acabar con sus creadores, los humanos, lo que visto desde el lado de estos correspondería con el Complejo de Frankenstein, en el que las propias creaciones se vuelven contra sus creadores. Se trataría del mismo complejo, pero visto desde partes distintas, como si fuera algo inevitable, tal y como el propio Freud creía, que toda criatura creada pasaba ineludiblemente por la fase de anhelar sustituir al padre.
Los robots de Isaac Asimov
Conclusión
Al crear a los replicantes y darles de alguna forma la capacidad para ser conscientes de si mismo y de su cercana muerte, se estaba creando a un ser desdichado, conocedor del responsable de esa circunstancia: los humanos, seres inteligentes muy parecidos a el, pero cargados de grandes defectos y debilidades, a los que culpa por haberle hecho como es, y no de otra forma.
Gracias a BR y sus replicantes, es posible acercarse con mayor facilidad al dilema de cuál es el puesto del hombre en el cosmos, y el anhelo constante de adquirir conocimiento para comprender el universo y así acercarnos a nuestro creador, tal vez para sustituirlo.
La diferencia entre humanos y replicantes no es tal, pero si lo son sus objetivos en el mundo y en el universo. Son sus distintas circunstancias las que hacen a unos diferentes de los otros. Los robots de Asimov eran también seres con capacidades similares a los seres humanos, pero esa no era la característica primordial. A diferencia de los replicantes, los robots de Asimov eran inmortales, y sus cerebros poseían implícito un destino en la vida gracias a sus leyes.
Una solución a todas estas paradojas, nos la proporciona de nuevo Isaac Asimov. En su novela ya mencionada El hombre bicentenario, un Tribunal Internacional ante la petición del robot a ser reconocido jurídicamente como un hombre, responde:
No hay derecho a negar la libertad a ningún objeto que posea una mente tan avanzada como para entender y desear ese estado
Nada más y nada menos.
Artículo publicado anteriormente en Al final de la Eternidad
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