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Relato: Sexo en la nave 13 (Carlos Daminsky/M.C. Carper)

Por JAVIER a las 21:22 el 7 dic 2013 0 comentarios
   Teo Maximus, el peón de mantenimiento, se frotaba las manos inquieto. De hecho se rascaba todo el cuerpo, como si  estuviera infectado por pulgas mutantes. ¿Pulgas? Esos malditos seres eran extremadamente peligrosos, podían contagiar extrañas enfermedades. Además eran muy resistentes, incluso podían sobrevivir en el exterior del armazón de una nave en un viaje por las estrellas. ¡Bah! ¡A la mierda esos putos bichos! Tengo que concentrarme a lo que he venido a hacer aquí. Un mantenimiento de rutina, ¡en el puto culo de la nave! Ese jodido Capitán Abel me está jodiendo... Será hijo de... Y en aquel mismo instante tropezó con algo y cayó al suelo. ¡Oxtias!  Aturdido se incorporó y quedó sentado, observando lo que había en medio del suelo enrejado. ¿Qué es eso? Cuando iba a pasar por ahí, no estaba... ¿O sí? Seguramente se lo había dejado por medio la maldita antigualla del robot de operaciones de la nave. Últimamente estaba fallando mucho. ¡Oxtias! Se levantó enfadado y fue y le dio una patada a lo que había tirado en el suelo... Y aquello se quejó. ¿Eh? Teo hizo un gesto de sorpresa. ¿Había exclamado algo? La duda quedó respondida cuando la forma, de improviso, se alzó. Y entonces el peón de mantenimiento sintió algo extraño en su cuerpo. Un calor que lo recorría de arriba abajo. Las mejillas de la cara empezaron a arderle y sus orejas se enrojecieron. Y lo peor de todo era que aquella sensación se agudizaba entre las piernas. ¿Lo peor? No. ¡Lo mejor! Porque su pene comenzaba a tener una descomunal erección, duro y tieso, abultando en su mono de trabajo verde. Y estaba empezando a ponerse cachondo. Muy, pero que muy cachondo. Sexo, sexo. Entonces aquello se aproximó y le bajó la pieza del pantalón del traje, dejando el miembro hinchado de venas al aire. A continuación, Teo se dio cuenta de que aquello era un hombre. O algo que parecía simularlo casi a la perfección. Ya le daba igual. Luego, el extraño tipo se arrodilló y él notó como su boca le chupaba. ¡Oh, sí! ¡Qué gusto! ¡Qué bueno! ¡Qué...!

         —¡Teo! ¡Teo! ¡Conteste! —el Capitán Abel llamaba por el intercomunicador al operario de mantenimiento, pero éste no respondía.
         Será imbécil. Hace ya más de una hora que lo envié allá abajo, y aún no ha respondido. Seguro que está colocándose y perdiendo el tiempo.
         —¡TEO!
         Pero la estática era toda la respuesta que obtuvo.
         —Señor, me temo que sus llamadas van a ser inútiles —dijo en aquel momento Fernanda, la copiloto y ayudante, una tremenda mujer de casi dos metros de alto y con una espalda tan ancha que parecía un armario ropero.
         Joder... Espero que no haya estado jugueteando con el cargamento secreto... Pensó preocupado el Capitán Abel. Si el inútil de Teo hubiera...
         —¿Y el montón de chatarra de GW?
         —¿El robot?
         —¡Sí, coño!
         —Creo que está en su sala, recargando las pilas de energía. No sé si se acuerda señor, pero sufrió un colapso en la batería y ahora tiene que usar recargables.
         —¡Oxtias! Será posible, la puta nave... Hágale venir... Necesitamos  a alguien para revisar el fallo 13.

La orden entró de nuevo en su sistema, en aquel momento la energía de recarga entró en límites aceptables y los mecanismos volvieron a activarse. El robot movió sus piernas y brazos articulados y a continuación se iluminaron las ranuras rojas de visión. Nada más entrar en funcionamiento, una extraña música se coló por sus receptores, dos antenas que tenía sobre la cabeza cuadrada. Aquello lo aturdió. Efectuó varios cambios en el canal de recepción y, al fin, las interferencias se marcharon. Después, bajó del caballete en el que estaba recargándose y desenchufó los cables conectores para las pilas de energía. Aún le faltaba bastante para estar al 100%, pero la llamada había interrumpido su “sueño”. Ordenes prioritarias. El viejo robot enchufó a Juanito, una simulación artificial de vida humana y ésta tomó el mando.
         —Ok, ¡vayamos! —pronunció Juanito con una voz estridente, como de dibujos animados, a través del micrófono, que era una rejilla situada en la parte inferior de la cabeza del autómata.

          —Parece ser que GW se ha conectado —afirmó Fernanda mirando el aviso del  monitor.
         —Estupendo —contestó el Capitán Abel.

El robot caminó por los angostos pasillos; a cada paso que daba producía un ruido metálico en el suelo de chapa enrejada. A los lados, en las paredes, había gruesas tuberías. El puesto de mando se encontraba en el nivel superior, así que debía tomar el ascensor para poder llegar. Pura rutina, pero... La música se coló de nuevo por sus sistemas de recepción.
          —¿Pero qué es eso? —se preguntó Juanito.
         Y entonces....
       —Es Seek and Destroy de Metallica —dijo Teo saliendo de su escondite en una esquina.
         —¡Oh... oh...! —exclamó Juanito.
         —¿Adónde vas, GW?
         —Me han llamado del puesto de mando... ¿Tú no deberías de estar revisando lo del fallo...?
         —Ahora mismo iba...
         Y Teo, sonriendo malignamente, le mostró su cuchillo-láser.

          —Joder... ¿Qué es esa maldita música? —preguntó el Capitán Abel.
         —No lo sé... Se ha colado por el transmisor —respondió la ayudante Fernanda.
         —¿Y el puñetero robot?
         —Ha desaparecido del monitor.
         —¿Qué...?
         —Se ha perdido la señal.
         —¡Apague eso!

          —¡AHHHH! ¡AHHHHH! ¡AHHHHHH!
         Los gritos resonaban en los estrechos pasillos. GW yacía desguazado en el suelo y Teo había cogido un brazo articulado del autómata y se masturbaba con él, metiéndoselo por el culo, mientras se contraía presa del placer. Su mente estaba más allá de toda razón.
         Y a su lado había un ser andrógino que le observaba con sus ojos nacarados. Entre las manos barajaba un mazo de cartas y en la parte baja de su entrepierna se agitaba un largo apéndice en forma de aguja.
         —¡Estupendo! —dijo aquello y desconectó el emisor de música orgánico integrado en el cuerpo.
         —¡AHHHHH! ¡AHHHHHHHHHH!

¡Me cago en todo! La puta Empresa Naschy... Por abaratar costos había dotado a la nave Pingüino Loco II del personal mínimo. Contándole a él, eran solamente cuatro personas para un armatoste de 500.000 kilos, lleno de remiendos y que tenía más de quince años de antigüedad. Pero los créditos son los créditos... Y él pensaba retirarse muy pronto a una parcela que tenía en el planeta Symcrania. Sí, dos o tres viajes más y tendría el dinero suficiente... Ay, si no le hubieran pillado con contrabando en la otra empresa de vuelos espaciales para la que trabajaba. ¡Oxtias! Y ahora que quedaban apenas una hora y media para llegar a destino, Puerto Desolación, la cosa se estaba complicando. El peón de mantenimiento, desaparecido. El puto GW, desaparecido... Los sistemas del circuito de cámaras internos, no funcionaban. De hecho no lo hacían desde el despegue... Y los víveres que transportaban, era una penosa tapadera... La tripulación eran unos...
         —¿Señor? ¿Qué hacemos? —preguntó Fernanda, interrumpiendo los pensamientos del Capitán Abel.
         En aquel momento, él miró el bigote que se marcaba bajo la nariz de la mujer y después se frotó los ojos, cansado.

—El fallo 13 parece persistir.
—Ya lo sé... Ya lo sé... ¡YA LO SÉ!

El capitán comenzaba a ponerse nervioso.

         —¿Y a todo esto, qué es el fallo 13? —Abel ni siquiera se había molestado en saber qué era. Aquello era trabajo de mantenimiento. ¡Por supuesto! Aquel código que había aparecido en la pantalla era nada más que pura rutina que ni le interesaba.
         —Eh... señor... Creo que significa que... Hay personal a bordo no autorizado... Pero ya sabe, el ordenador de a bordo es una antigualla, como toda la nave. Debe de tratarse de algún error, seguro.
         Y el Capitán Abel empezó a sudar copiosamente.

Nave Pingüino Loco II, unas horas antes de partir con destino Puerto Desolación (Planeta Kralibian).
   
      Vaya puta mierda de trasto, se dijo el Capitán Abel mirando la vieja nave que descansaba en el cochambroso hangar. A continuación se frotó la cabeza, mareado. El cráneo le daba vueltas a consecuencia de la resaca de alcohol hidrogenado que había estado bebiendo en un antro de mala muerte la noche anterior. ¡Oxtias! Cada vez me estoy haciendo más viejo, ya no aguanto nada. Bueno, voy a ver si pongo mi mente en orden porque si no esto va a ser una puta mierda...
         La llamada le había llegado precisamente la noche anterior, mientras ahogaba sus penas en el alcohol. La depresión es lo que tiene, si le das juego te hunde más. Y cuando ya no estaba para mucho, su pequeño portátil de pulsera se iluminó con su tono rosado. ¿Quién sería?
         La verdad, es que no recordaba mucho de la conversación... Un tipo de una tal Empresa Naschy necesitaba de alguien para tripular cierta nave y parecía que iba a pagar bien. Abel, no podía negarse. Se estaba quedando sin blanca y eso no era nada bueno. Así que, con la lengua enredada, dio un sí.

         ¿A qué hora había quedado? A las siete o a las ocho. Aquello se había perdido entre sus neuronas desquiciadas. El hangar parecía solitario y silencioso. Apenas iluminado por unas cuantas luces auxiliares. “Espero que esto no sea una broma pesada porque si no...” De repente, la luz de una ventanilla se iluminó. “¿Había alguien allí? Voy a acercarme”.
         El Capitán Abel ajustó su traje plateado y se aproximó. Nada más llegar, una puerta se abrió levemente como invitándole a entrar. “Bueno, para dentro, a ver qué pasa”.
         El interior era un pequeño cuarto, en el que había alguien tras una mesa, pero del que sólo se intuía su silueta, ya que un foco que iluminaba hacia delante impedía poder verlo bien.

         Capitán Abel, me satisface que haya venido. No tiene usted muy buen aspecto dijo la voz.
    Ejem... Esto... Bueno, ayer estuve haciendo unas cosas... respondió disimuladamente.
         Bien. No me importa. ¿Quiere que hablemos claro?
         Por supuesto. Abel, intentó discernir quién había tras la mesa haciéndose sombra con una mano; pero tan solo percibió una silueta... amorfa.
         ¡Capitán! Deje de fisgonear y atienda. Tengo, digamos, ciertos informes sobre usted. Graduado en la prestigiosa escuela de pilotos Portal Espacial, una hoja de vuelos extensa e intachable hasta que...
         Por favor, puede saltarse eso e ir al grano.
         Como quiera... Bueno, los informes, si le parece bien, los consideraré minucias.
         Me parece perfecto.
         En fin, usted sabe que ya no tiene muchas opciones de que ninguna compañía de vuelo le contrate... Así que le propongo un trato extraordinario. Más bien diría yo que no lo puede rechazar.
         ¡Al asunto! ¿Qué tipo de contrabando?
         Así me gusta, señor Abel, con energía.... con energía...

Se estaba masturbando, en su escondite, para pasar el rato, cuando vio llegar el convoy de camiones oruga. El capitán dejó lo que tenía entre manos y se puso en los ojos su prismático visor. Los vehículos se detuvieron al lado de la rampa de la nave e inmediatamente un grupo de esbirros vestidos con trajes de aislamiento anaranjados tomó posiciones con sus rifles de asalto. Después otro grupo empezó a descargar metódicamente un montón de cajas herméticas de aluminio. “Bueno, bueno... Esto se pone interesante”. Los camiones descargaban su cargamento y desaparecían rápidamente para dejar paso al siguiente. “Bien... Bien,... ¿pero qué oxtias es eso?” Y Abel reguló la calidad de la visión para poder ver mejor. Había llegado un último camión que era diferente al resto. Era más grande, de color opaco y parecía disponer de un armazón ultrablindado. “¡Ajá! Ya sabía yo que había gato encerrado aquí. ¡Je, je!” Un brazo articulado se movió en la parte superior de la caja del camión y extrajo un contenedor que despedía briznas de vapor. “¡Joder!” La grúa lo dejó en el suelo y a continuación un vehículo elevador lo recogió y lo introdujo en el interior de la nave. Después todo el convoy y los esbirros desaparecieron silenciosamente.
         El capitán sonrió. Ya tendría tiempo después de hacer una visita a las bodegas. Oh, sí. “En fin, voy a continuar con lo que estaba haciendo”. Y justo en aquellos momentos:

         ¿Capitán Abel?
         Eh... sí... sí. Soy yo se subió la bragueta y disimuló.
         Soy su ayudante de vuelo, señor y alguien salió de entre las sombras haciendo un gesto con las manos.
         Oh, vaya. Encantado y el capitán le ofreció la mano.
         Eh... sí... tanto gusto. Ejem.
         Abel retiró la mano, mientras le lanzaba una sonrisita.
         Ah, vale. Usted debe de ser Fernando, ¿no?
         Fernanda, señor.
         ¿Cómo?
         Auxiliar de vuelo Fernanda para servirle.

         Y el capitán se dio cuenta que el tipo con el que estaba hablando era en realidad una mujer.

        Ah, perdón. Disculpe, ha sido un malentendido.
        La nave debe de partir dentro de media hora. Sugiero que entremos y pongamos en marcha el protocolo de despegue.
     Ah, sí, sí. El protocolo —Abel se quedó unos instantes con la mirada perdida, pensando en aquella mole de mujer que le hacía empequeñecer a su lado—. Pongámonos en marcha.

         Mientras caminaban hacia la nave la inmensa mujer le preguntó:

         —¿Tiene usted mucha experiencia?
         —¿El qué?... Yo... Sí, sí. Bastante.

         Y después no intercambiaron ni palabra hasta que llegaron a la puerta de la entrada de la nave de carga. Allí, uno a cada lado, estaba el resto de la tripulación. “¿Dos? Esto comienza mal... Y qué dos...”
         Uno era un arcaico robot que parecía una lata cuadrada. El otro era un tipo de mantenimiento. Tenía el rostro blanco y mostraba unas pronunciadas ojeras; y, para completar su rostro de poca confianza, llevaba una desaliñada barba que se contraponía con su cabeza calva y reluciente.

         —Buenas tardes, capi. Me llamo Teo —dijo jocosamente—. La tripulación del Pingüino Loco II le recibe y se pone a su disposición.
         —Buen... as... tar... des... tar... des... —dijo el robot, que utilizaba un programa de simulación para poder hablar que parecía fallar.
         —Son las pilas —dijo Teo.

         El Capitán Abel se llevó las manos a la cabeza. Sin saber cómo, la resaca se le había ido de golpe.

Las pulgas mutantes que habían estado chupando la sangre de Teo a través de la piel se inflaron de hemoglobina contaminada; y enseguida, sus pequeños metabolismos empezaron a reaccionar descontroladamente. Las ansias de apareo empezaron a dominar todas las funciones primarias, y en aquel estado alterado  abandonaron el cuerpo del hombre, saltando al suelo. Y allí, se persiguieron unas a otras, intentando copular desesperadamente. Confusas, cayeron por una rejilla hasta dar con un largo cable de fibra óptica...

Yamalkaroth, el ser andrógino, se llevó un dedo morado de su mano tridáctil, y contempló sonriendo cómo el humano se revolvía en el suelo mientras se sodomizaba con el brazo del robot desguazado. De su culo, un enorme borbotón de sangre iba saliendo y manchando el suelo metálico. No se detendría, él lo sabía. Ahora el placer sexual le dominaba tanto que ni tan siquiera sentía dolor. Aquella escoria no pararía de clavarse el improvisado consolador hasta la muerte.
         ¿Acaso pensaban que aquel cubo en donde lo habían encerrado iba a ser suficiente? ¡Necios! La raza humana era una pandilla de estúpidos. Y aquellos magnates de Empresas Naschy todavía más. ¿Qué se proponían? ¿Convertirlo en un cobaya? ¿Experimentar con sus fluidos vitales, que al parecer eran afrodisíacos? Ignorantes engreídos… Sinceramente, él se había dejado atrapar en aquel satélite de Symcrania. Los humanos eran una raza muy inferior, presa de sus instintos básicos, y además, con una codicia que no tenía límites; lo cual era muy bueno... Si se miraba detenidamente, eran muy fácilmente manipulables. ¡Y eso era realmente bueno!
         El humano pataleó unos instantes y después quedó tendido, inerte. Aquel ya estaba fuera de combate. Después, la extraña criatura puso su atención en el mazo de cartas que había sacado de una caja acorazada de la bodega. Aquello también debía de ser parte del contrabando que portaba la nave. Fue pasando una a una toda la baraja, mirando las extrañas imágenes, hasta que se detuvo en la última. La imagen le llamó la atención, en ella estaba escrita la frase LOS ENAMORADOS y había dibujado una especie de cupido que apuntaba con su arco a un trío de personas que parecían estar dándose amor mutuamente. ¡Vaya, vaya! A continuación el alienígena, ya aburrido de las cartas, tiró al suelo el Tarot.
         Bien, es hora de sintonizar otra canción. Aquella música humana le agradaba. Era lo único que le gustaba de aquella escoria. Y a lo largo de los siglos las había ido captando de los satélites de comunicaciones y grabando en su organismo. Ummm... Sí... Pondré esta.

         Señor, sería mejor que pidiéramos ayuda a la base dijo Fernanda.

         Aquello no le gustaba para nada al Capitán Abel. Era lo mismo que reconocer que era un inepto, y eso no era nada bueno para su futuro inmediato. ¡No le iban a contratar en ningún lugar! Por oTra parte, debido al tipo de carga que portaban, había que ser lo más discreto posible. Las comunicaciones podían estar interferidas por empresas rivales, que podían estar al acecho, esperando cualquier problema para...
         Abel cerró los ojos y suspiró. Se lo pensó dos veces y luego dijo:

         Está bien, nos pondremos en comunicación.
         Muy bien, capitán.
         “Esto se me está escapando de las manos. ¡Maldita sea!”
         Aquí Pingüino Loco II, a base Naschy. Aquí Pingüino loco, a base Naschy. ¡Contesten!
         Y entonces, la música brotó interfiriendo por los intercomunicadores.
         ¡Otra vez la mierda esa! exclamó Abel.
         Sí, señor. No deja establecer comunicación.
         ¿Pero de dónde viene?
         No tengo ni idea, a lo mejor hay algún satélite artificial que está emitiendo cerca de aquí.
         Eso es imposible, esta ruta no es... comercial.
         ¡Apague eso, ya!
         A la orden Fernanda cortó las comunicaciones y la extraña música despareció.
         ¡Por Diox!
        Señor, esa música me recordaba a las canciones clásicas de la antigua Tierra. Ya sabe el rock, el pop y esas cosas.
         ¿Esa basura? Pues seguramente lo sea, por la manera de sonar...
         ¿Señor?
         ¿Qué?
         Estamos en un serio aprieto.
         No me joda, Fernanda.

         Y la ayudante de vuelo le miró fijamente.

         Eh... Esto... No... Bueno, que vamos a tener que mirar las bodegas nosotros mismos.
         ¿Y dejar en piloto automático este cacharro?
         Pues no queda más remedio.
         Señor, ¿y si nos quedamos aquí en el centro de mando? Por lo menos estaremos seguros.

         El Capitán Abel sopesó la posibilidad. Por un lado sería lo mejor, pero por otro... Si le pasaba algo a la mercancía, se la iba a cargar. Entonces recordó cuando estuvo fisgoneando en la bodega. Aquella caja grande hermética negra no le gustó nada; y menos cuando al tocarla algo hizo vibrar las paredes como respondiendo. Alucinaciones,  pensó.
         Y el ordenador de vuelo, que tan solo funcionaba hasta ese momento con los sistemas básicos, pareció recuperar otras funciones que habían permanecido detenidas.

         Fallo 13, fallo 13. Una hora desde su activación. No resuelto. Aplico protocolo establecido y detengo la nave.
         ¿Eh? ¿Pero qué dice esta mierda de ordenador?
         Capitán, está aplicando las funciones de seguridad...
         Ordenador, no puedes hacer eso. ¡Aquí mando yo! Te ordeno que prosigas al rumbo establecido.
         Lo siento, señor. Las órdenes son claras y taxativas. Yo tengo prioridad en este caso, Ley de Seguridad en el Trabajo 69.
         ¡NO!
         Pero la pesada nave ya se estaba deteniendo sin remedio.

        Hasta que el código 13 no sea solucionado, esta nave permanecerá a la espera. Espero no causar demasiadas molestias.
         Fernanda, ¿y no hay manera de desbloquear el maldito código de fallo?
         Yo no lo sé, capitán.

         Abel fue al monitor en el que se mostraba, parpadeante, el error, y empezó a golpearlo con los puños desesperadamente.

         ¡No haga eso, señor! ¡Tranquilícese!
         ¡Maldito ordenador! ¡No pares la nave! ¡No la pares!
         Y Fernanda, en vista de que el nerviosismo del capitán podía causar alguna otra avería, se lanzó sobre él y le hizo una llave inmovilizadora. Bajo el peso de la fornida ayudante, Abel pudo oler el tufo que despedían las axilas de la mujer y se las imaginó llenas de tupido vello.    
                 
          Levántese capitán dijo Fernanda extendiéndole la mano.
         ¡Déjame a mí! y Abel se alzó por sí solo.
         Sugiero que vayamos a comprobar las bodegas.
         Está bien... Está bien...

Las pulgas mutantes, bajo el efecto de la hormona sexual, se habían apareado descontroladamente y después sus organismos habían sufrido otra aceleración metabólica... Empezaban a reproducirse geométricamente... Y en aquel estado alterado, la plaga comenzó a mordisquear peligrosamente todo lo que había a su lado...

El capitán y su ayudante tomaron el ascensor y descendieron. Abel empezó a sudar copiosamente. Fernanda tenía la vista perdida.
         Señor, estoy asustada — dijo ella.     
         Aquel comentario le preocupó mucho al Capitán Abel.
       —Mira, Fernanda... Hablemos claro... Estamos de mierda hasta el cuello. Esta nave oficialmente no existe, así que estamos jodidos. Tenemos que solucionar esto como sea, nadie nos va ayudar. Los hijos de puta de Naschy se van a lavar las manos si pasa algo. Así que...
         —Capitán —dijo ella alzando la vista y fulminándolo con la mirada—, eso ya lo sé... Y sé también lo que lleva esta maldita nave...
         Y entonces, Fernanda hizo presa con sus grandes manos en el cuello de Abel y apretó con saña.
         —¡Agggggg!

Yamalkaroth miró por la ventanilla. Millones de puntos luminosos se extendían por el espacio exterior. Después, se palpó el apéndice que tenía entre las piernas y tuvo alucinaciones. Por momentos perdió el control sobre sí mismo. La excitación se estaba apoderando de su cuerpo, amenazando con desestabilizarle. Intentó no dejarse llevar y luchó, procurando inhibir las hormonas sexuales. Pero aquella vez el flujo había ido demasiado lejos y algo ascendió rápidamente por el apéndice, que se retorcía sin control, y, a continuación, un líquido brillante salió expulsado... Las hembras le miraron con atención, bajando las cabezas triangulares con un ojo abovedado. Medían varios metros más que él. Pero a Yamalkaroth no le atraían sus extraños rostros, no. Lo que él contemplaba era lo que tenían en la parte baja de sus abdómenes anillados. Eran enormes vaginas húmedas y chorreantes... Y la ansiedad sexual desbocó su mente y se lanzó excitado dispuesto a aparearse. Las fabulosas hembras le lanzaron zarpazos con sus largos brazos repletos de protuberancias fosforescentes; pero él esquivó los golpes con agilidad y sin pensárselo clavó el apéndice en la entrada del sexo de la primera que tuvo a mano. El gusto fue inmediato y sus ojos se dilataron extremamente. El placer era fuego que ardía por todo su interior, pero entonces fue lanzado por el aire y despegado en seco de la cópula. Cayó al suelo y después fue arrastrándose hacia atrás varios metros hasta detenerse... Aturdido, vio a las hembras aproximarse; iban a comérselo.

El Capitán Abel consiguió, con gran esfuerzo, propinar un puñetazo en la cara de la ayudante de vuelo; y entonces un trozo de piel se desprendió , dejando a la vista algo brillante. Ella aflojó la presión de su cuello y él pudo exclamar:

        —¡Maldita puta!
       —Señor... Usted se ha convertido en un peligro en todos los sentidos para esta misión, así que no tengo más remedio que eliminarlo. No se lo tome a mal, son órdenes y yo tan solo las cumplo.
        —¡Me cago en todo...!

         Y las manos de Fernanda volvieron a apretar con fuerza y Abel ya no pudo respirar. Sus pulmones se quedaban sin oxígeno y en aquel instante pensó que su ansiado retiro iba a ser forzado...

Yamalkaroth despertó de la alucinación. Estaba tirado en el suelo, en un charco de líquido viscoso, aturdido. Se incorporó y sonrió. Sus propias hormonas sexuales estaban comenzando a escapar de su control, el metabolismo estaba produciendo cantidades excesivas y aquello le alteraba completamente. Sin duda algo iba mal. Se conectó una canción de Guns N' Roses para relajarse...

El androide XTZ, anteriormente conocido como Fernanda, soltó el cuerpo de Abel y éste cayó inerte al suelo. Contempló unos instantes el cadáver flácido del capitán y luego le propinó una fuerte patada para asegurarse de que estaba muerto. Perfecto. Ahora debía continuar la misión; todo al parecer marchaba según lo previsto. El alienígena se había escapado de su jaula y seguramente su cuerpo empezaba ya a sufrir reacciones debido al ambiente rancio de la nave. Conectó su escáner de búsqueda al ordenador de la nave, que él había estado saboteando a conciencia, y enseguida halló el punto parpadeante que marcaba dónde estaba su objetivo. A por él, pero antes... Se desprendió de la piel perfectamente simulada, como la muda de una víbora, dejando a la vista su reluciente exoesqueleto metálico. Los ojos rojos brillaron.

El alienígena contempló cómo el ascensor se detenía y después, al abrirse la puerta, una figura de metal apareció en el umbral.

         —¿Quién eres tú? —le preguntó.

         El androide no respondió y con rápidos movimientos se abalanzó contra él, cogiéndole por sorpresa y sin permitirle reaccionar... Pero en el último momento dio un salto ágil y pudo escapar de las manos en forma de tenaza, que amenazaban con cortarle  el  miembro.
         A continuación, las tenazas del androide se transformaron en dos enormes pistolas y después disparó a quemarropa. Las ráfagas de rayos anaranjados iluminaron su exoesqueleto.
         Yamalkaroth fue acribillado y cayó al suelo lleno de agujeros humeantes. La muerte le llegaba rápidamente, pero antes de dar el último suspiro le dio tiempo a conectar en su emisor orgánico una canción de Iron Maiden. Cuando empezaban a sonar las primeras notas, falleció definitivamente sufriendo varias convulsiones.
         XTZ, inmediatamente, emitió una orden a la base Naschy dando a conocer su éxito en la misión. Objetivo cumplido. Después, fue hasta el alienígena y transformó una mano en una gruesa aguja que hincó en su cuerpo. Perfecto. Ahora ya tenía el elixir sexual. Y en aquellos momentos algo sucedió. La nave comenzó temblar extrañamente y a tornarse inestable.

         —¡Peligro! ¡Peligro! Fallos múltiples integrados. Sistemas de control dañados. Desperfectos críticos —las alarmas habían saltado.

         Las pulgas mutantes se habían comido literalmente todos los cables de comunicación de la nave, provocando importantes desperfectos que habían producido descargas eléctricas. Inmediatamente esto produjo una reacción crítica en cadena que había aumentado la temperatura descontroladamente y las explosiones empezaron a detonar. La nave iba a desintegrarse en minutos.
         Entonces, el androide se transformó. Toda su estructura se replegó y fue encajándose, hasta formar una caja cuadrada blindada.

         Después llegó la enorme explosión y la caja fue lanzada hacia el espacio. Intacta... Ya llegaría a algún lugar, era cuestión de tiempo.

Publicado por J. J. Arnau suscribirse a los artículos de J. Javier Arnau: Hay dos momentos claves que marcan su vida; la visión de La Guerra de las Galaxias, y la lectura de El Señor de los Anillos. Bueno, y Galáctica, y Doctor Who, y Asimov, Clarke, Orson Scott Card, Lovecrafft, Poe, Robert Howard, y Star Trek, Espacio 1999, El Planeta de los Simios (la serie),… el rock duro y el heavy metal. De vez en cuando, para desintoxicarse, se mete unas dosis de novela histórica (imaginando un escenario fantástico…). En fin, que ha tenido una vida muy marcada. Y así ha acabado, claro, ¿qué se podía esperar? (Blogs: Por Si Acaso: Previniendo Desastres, Delirios Varios, Currículum Literario)

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