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Relato: "Unidad de Servicio Doméstico". Joe Álamo, Juan Raffo

Por JAVIER a las 18:24 el 15 may 2013 0 comentarios
Seguimos recuperando relatos de los primeros números de la revista Planetas Prohibidos. En este caso, publicamos el relato titulado Unidad de Servicio Doméstico (también conocido por BELINDA, nombre de la protagonista). El relato es obra de Joe Álamo, al que dedicamos la sección Un Escritor de nuestro número 1, acompañándolo de una entrevista, y la reseña de su obra más reciente en ese momento: Penitencia. La acompaña la excelente ilustración de Juan Raffo.


BELINDA
Dedicado a Isaac Asimov.



—El prototipo de unidad de servicio doméstico, Belinda 2, cuenta con los últimos avances en robótica, incluyendo un nuevo programa de lealtad implantado en su cerebro positrónico. Así resolvemos los problemas que presentaban los modelos Belinda 1…
—Bla, bla, bla. Concreta, haz el favor.
—Quiero decir que el tiempo y la calidad de respuesta se han afinado apreciablemente—. Ricardo Java, ingeniero de robótica y padre del proyecto Belinda, se secó el sudor de la frente. Estaba nervioso y la actitud seca del otro no le facilitaba las cosas.
—Se han terminado las reclamaciones por tareas mal ejecutadas o incluso, sin atender que recibimos con las Belindas 1. La Belinda 2 cuenta con nuevos parámetros ejecutivos basadas en el replanteamiento de la ecuación referida a las variables de…
—Sabes perfectamente que no entiendo ni jota de todo eso —el rostro redondo se acercó a la pantalla hasta ocuparla en su totalidad. La inmensa papada temblaba como dotada de vida propia—. Pero algo sí que sé. Otro fallo y te vas a la puta calle.
Ricardo tragó saliva, reprimiendo las ganas de enjugarse de nuevo el sudor.
—Bueno, resumiendo, el problema de las Belinda 1 era que cualquiera podía darle una orden y eso suponía que, muchas veces, recibían órdenes contradictorias e incluso, malintencionadas, sobre todo por parte de los niños.
—Bestezuelas —gruñó la imagen de la pantalla.
—¿Eh? Sí, claro. El caso es que con el programa de lealtad, Belinda 2 responderá a una sola sola persona. Además, al mejorar también el tiempo y la calidad de respuesta, tenemos un robot más rápido y eficiente que cualquiera de los creados anteriormente.
El grueso rostro observó a Ricardo sin decir nada. Este ordenó unos folios que tenía sobre la mesa, buscando algo más que añadir.
—Belinda 2 ha superado todos los controles de calidad con sobresaliente y…
—Vale, vale. Eso ya lo he leído en el informe que me remitió. Quiero que la envíen hoy mismo.
Cuando por fin se apagó la pantalla, Ricardo se derrumbó en la silla de su despacho. Bebió a grandes tragos de un vaso de agua que había sobre la mesa y luego, procuró recuperar el control respirando lentamente.
—El presidente es un hombre de trato difícil.
La voz le sobresaltó, por un momento había olvidado que no estaba solo. Se volvió hacia la esbelta figura que le observaba. Es hermosa, pensó. No había necesidad de que lo fuera, pero no había podido sustraerse a darle un toque femenino a su creación. La cintura estrecha, las largas piernas, el ligero abultamiento en la zona pectoral y la piel dorada, hacían de Belinda —nada de “2”, para Ricardo esa era la Belinda— algo digno de admiración. No es que alguien pudiera confundirla con una mujer de carne y hueso, no. El Complejo de Frankenstein no lo hacía aconsejable. Un ser perfecto con apariencia humana, causaría un impacto entre la población, sobre todo la femenina, difícil de valorar, aunque con altas posibilidades de ser negativo. Al menos, esa había sido la conclusión del gabinete de psicología consultado por la Tyrell Corporation. El presidente, Sebastián Tyrell, había sido tajante:
—¡Nada de robots que se puedan confundir con seres humanos! ¡Sólo falta que una turba de descerebrados fanáticos nos acuse de jugar a ser dioses!
Ricardo abandonó sus reflexiones, centrándose en Belinda.

—Sí, es duro y quizás tenga sus motivos. Sin embargo, esta vez no hay nada que temer. Eres la culminación de años de trabajo. Has superado los controles de calidad a la perfección, Tu reacción a las órdenes es increíble.
—Y aun así, a diferencia de la anterior Belinda, he de superar un último control.
—No tienes que preocuparte por eso. Estarás un par de días al servicio del presidente, quiere estar seguro de que todo irá bien. Luego dará su aprobación y fabricaremos más como tú. ¡Cientos, miles, hasta millones de unidades Belinda! ¡No habrá hogar que no quiera contar con una!

El robot no dijo nada. Mantener una conversación, si se le invitaba a ello, era parte del programa. Hasta podía tomar la iniciativa, pero eso tan sólo era un pequeño plus. Un extra, por así decirlo.
Esa misma tarde, Belinda 2 fue programada para responder en exclusiva a las peticiones del presidente de la Tyrell Corporation, luego la embalaron y enviaron por avión a la mansión del empresario. Ricardo se encontró rezando para que todo fuera bien mientras observaba la aeronave alejándose. Se reprendió por hacerlo. Era un hombre de ciencia, creía en la ciencia y esta nunca le había fallado.
A las dos horas de la partida, llamaron a Ricardo para informarle que el envío había llegado a su destino. A las tres horas, Sebastián Tyrell en persona se puso en contacto con él para comentarle, lleno de entusiasmo, que Belinda 2 era una maravilla. A las cuatro horas, el presidente estaba muerto, el departamento de seguridad de la empresa había enviado devuelta al robot y ahora, Ricardo, al que habían arrancado de la cama, estaba cara a cara con ella intentando averiguar qué  había ocurrido.
La Junta de Accionistas de la Tyrell estaba reunida en el mismo edificio y le había concedido al ingeniero una hora para dar respuestas, si es que las había. Luego desmantelarían a Belinda y pondrían en marcha una operación de encubrimiento, algo no demasiado difícil teniendo en cuenta que la única testigo de la muerte había sido la esposa de Tyrell. En la empresa nadie era ajeno a los rumores de que el matrimonio Tyrell había sido desde su inicio, una “inversión” por parte de Sebastian. La señora Tyrell era ahora la única heredera de su inmensa fortuna y nadie esperaba que ella fuera a ponerse a llorar. Más bien al contrario.
Sin embargo, el destino de Ricardo no era muy halagüeño; o daba una explicación convincente o lo de a la puta calle sería una realidad.
En cuanto estuvo a solas con Belinda, Ricardo canceló el programa de lealtad. Así podrían hablar con más libertad. La observó allí de pie. Es hermosa, volvió a pensar. Pero ha matado a un ser humano, se dijo a continuación. Suspiró para sus adentros.

—¿Qué ha ocurrido, Belinda?
—Fui confiada al servicio del Sebastián Tyrell, dueño y presidente de la…
—Eso ya lo sé —la interrumpió Ricardo—. Lo que quiero saber es el por qué de esta tragedia.
—Lo ignoro.
—¿Lo ignoras? La mujer de Tyrell es testigo de lo sucedido en la casa. ¿Cómo puedes decir que lo ignoras?
—Porque es cierto, ignoro los motivos de vuestra desaprobación.
Ricardo frunció el ceño sintiéndose confundido. 

—Cuéntame qué ocurrió, a ver si sacamos algo en claro.
—Asumo que hace referencia a los hechos acaecidos una vez fui desembalada y puesta al servicio del señor Tyrell.
Ricardo asintió.

—El señor me ordenó que limpiara la casa, segara el césped de su jardín y por último, preparara la cena. Cometidos que llevé a cabo en cuarenta y cinco minutos y treinta cuatro segundos para plena satisfacción del señor.

Y tanto, pensó Ricardo recordando la entusiasta llamada que le había hecho el presidente.

—A continuación serví la cena y quedé a la espera de más órdenes mientras el señor Tyrell comía en compañía de su esposa. Intenté entablar conversación, comentando lo elegante que estaba el señor, pero la señora Tyrell solicitó a su esposo que me hiciera callar. Luego la señora Tyrell comenzó a hablar sin obtener demasiadas respuestas del señor. Me pareció que a ella no le alegraba demasiado mi presencia allí. El señor no le prestó mucha atención hasta que ella dijo que había hablado con alguien llamado Mamá –deduje que se refería a su madre— y que la había invitado a pasar unos días con ellos en la mansión. El señor Tyrell respondió que no tenia ganas de ver a esa vieja bruja…—Belinda calló unos instantes—. No sé lo que es una bruja.
—Eso no importa —replicó Ricardo, ahogando una sonrisa—. Continua.
—La señora Tyrell se enfadó y su rostro se puso rojo, muy rojo. Le dijo al señor Tyrell que gracias al dinero de su madre, él había podido montado la Tyrell Corporation y montar cacharros como ese de ahí. Deduje que se refería a mí.
Ricardo asintió sin comentar nada. 

—La señora añadió que cuando se conocieron él era un tuerce botas… ¿Qué es un tuerce botas?
Ricardo agitó la mano, exasperado. Belinda siguió hablando.  

—Ella dijo que él era un tuerce botas y que lo menos que podía hacer, era mostrar algo de consideración. El señor le gritó también, con el rostro totalmente granate,… ¿Los humanos cambian de color? Ignoraba que pudieran hacerlo…
—Belinda, ya habrá tiempo para eso después. Sigue.
—Bien, el señor le gritó que ese dinero se lo había pagado con creces a la madre de la señora Tyrell aguantando a su hija todos esos años. Ella entonces le chilló que quisiera o no, al día siguiente llegaría Mamá y que la tendría que recoger en el aeropuerto. El señor adquirió un intenso color violáceo y arrojando un plato al suelo, dijo que antes prefería que le ahorcaran a ir a buscar la madre de la señora Tyrell al aeropuerto. Eso fue todo. Sigo sin entender porqué todo esto es una tragedia.
Belinda calló dando por acabada la explicación. Al principio Ricardo la miro sin comprender, pero poco a poco la verdad se abrió paso.

—Y tú, tú —se echó las manos a la cabeza—. Tú, la Belinda perfecta, la del programa de lealtad, le complaciste.

Ricardo Java, ingeniero en robótica, hizo lo único que podía hacer en esas circunstancias. Se echó a llorar.
Una vez remitió su informe, no le sorprendió averiguar que la nueva presidenta, Emily Tyrell, quería verle de inmediato. Lo que sí le sorprendió fue que mantuviera el proyecto Belinda. Más aun la generosa indemnización que le concedió a cambio de su discreción y muchísimo más que ella se quedara con Belinda para su uso exclusivo.
Eso sí, le obligó a añadir un nuevo parámetro al programa del cerebro positrónico del robot:
Ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano sufra algún mal.

—A fin de cuentas, no hay mal que por bien no venga— le comentó ella con una gran sonrisa.

Publicado por J. J. Arnau suscribirse a los artículos de J. Javier Arnau: Hay dos momentos claves que marcan su vida; la visión de La Guerra de las Galaxias, y la lectura de El Señor de los Anillos. Bueno, y Galáctica, y Doctor Who, y Asimov, Clarke, Orson Scott Card, Lovecrafft, Poe, Robert Howard, y Star Trek, Espacio 1999, El Planeta de los Simios (la serie),… el rock duro y el heavy metal. De vez en cuando, para desintoxicarse, se mete unas dosis de novela histórica (imaginando un escenario fantástico…). En fin, que ha tenido una vida muy marcada. Y así ha acabado, claro, ¿qué se podía esperar? (Blogs: Por Si Acaso: Previniendo Desastres, Delirios Varios, Currículum Literario)

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