Decía Segismundo en su famoso monólogo de “La vida es sueño” que “Yo sueño que estoy aquí/ destas prisiones cargado,/ y soñé que en otro estado/ más lisonjero me vi./ ¿Qué es la vida? Un frenesí./ ¿Qué es la vida? Una ilusión,/ una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño:/ que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son”. Pues de esto va la novela de Philip K. Dick, Ubik, que juega con el lector a hacerle creer que el sueño es la vida, y que la vida es el sueño, para luego dejarle desamparado, aferrado a aquella solución que le sea más placentera.
Sin ser Calderón, Dick construye un relato en el que la criogenización es la solución a la muerte “definitiva”, y donde nada es lo que parece, salvo Ubik, un elixir que aparece periódicamente en el relato como el símbolo del anclaje con la realidad, como la constante que permite saber al protagonista dónde y cuándo está. Porque la maestría de Dick para llevarnos por cualquier lugar, traernos, dejarnos aparentemente plantados, y luego
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