Líneas sensuales y fotogramas con olor a rancio.
Cuando Jean-Claude Forest creó en 1962 al personaje de Barbarella, es posible que tan sólo pretendiera entretener al mayor número posible de lectores de cómics mediante simples “aventuras por la aventura” y, de paso, endurecer la afición (y no sólo la afición) del público masculino por medio de unos sagaces toques de erotismo que, si bien hoy se nos pueden antojar muy inocentes y “soft”, en su tiempo eran de mayor envergadura (con perdón) y tuvieron que sortear en alguna que otra ocasión los zarpazos de la censura.
Esta serie de historias en formato de tebeo nos narra las aventuras siderales y carnales de Barbarella, una aventurera espacial creada a imagen y semejanza del mito erótico Brigitte Bardot, dotada, como diría el bueno de Eduard Punset, de unas proporciones de simetría perfectamente equilibrada, o como diría cualquiera de nosotros, “tan buena como para mojar pan”. A lo largo del primer bloque de historietas que Forest gestó en la década de los sesenta y los otros tres volúmenes que completó entre los setenta y ochenta, nuestra protagonista de ligeras y apretadas ropas viaja a multitud de planetas, conoce a los personajes más estrafalarios, se enfrenta a multitud de peligros con su atractiva inocencia, y hace el amor cada vez que las ocasiones son propicias. Pero en aquellos primeros tiempos, fuera de las páginas de los tebeos y lejos de sus mundos imaginarios, había un mundo atravesando, al menos en lo que conocemos como “occidente”, un dilatado y traumático período de revoluciones sociales y artísticas de los que Barbarella es, en cierto modo, una pequeña causa y también una consecuencia.
Y ese día, Barbarella aprendió lo que era "jugar al Teto"...
Las primeras páginas de la obra de Forest aparecieron en pleno proceso de revalorización cultural en la revista francesa V Magazine, una de las primeras en que el comic europeo comenzó a dar muestras de una renovación radical tanto en lo formal como en lo narrativo, trascendiendo su espíritu infantil y suscitando cada vez más el interés del público adulto. Así, mediante un estilo de trazos simples (ideal para la contemplación de las curvilíneas formas de la protagonista) y un uso minimalista de los colores en la esencia de lo que luego se definiría como “Pop-Art”, Jean-Claude Forest creaba por fin un mito erótico no sólo para los lectores del viejo y del nuevo continente, sino especialmente para aquellos que, en concreto, se sentían atraídos por las historias con elementos de corte futurista.
Si intentamos analizar esta obra exclusivamente desde el prisma de la ciencia-ficción, atendiendo al contexto de sus historias y la estética de sus personajes y lugares, debemos admitir que Barbarella no supuso nada que merezca la pena destacar, pues en buena medida se subía al carro del estilo de aventuras siderales que Flash Gordon había ayudado a popularizar y consolidar años antes. Pero intencionada o inintencionadamente, Barbarella resultó ser, como hemos dicho, un símbolo no sólo de la importante revalorización cultural experimentada en aquellos tiempos tiempos tan receptivos para las experimentaciones artísticas tanto en general como concretamente en el campo del tebeo, sino también del auge de los movimientos feministas y el alzamiento de la figura de la mujer en la sociedad. Lo cual, qué duda cabe, no es poco.
Hasta aquí todo bien. Pero, como si de un previsible giro de guión se tratara, comienza la parte escabrosa de esta interesante historia. Barbarella se hizo tan célebre allende las fronteras de Europa y Francia, que con poca dificultad llamó la atención de los estudios cinematográficos. Y así… “con el cine hemos topado”.
El horror de la traslación literal... ¡el horror!
Al frente de estre proyecto se posicionó a Roger Vadim, todo un “playboy” que derrochó todos sus esfuerzos como cineasta en convertir el film en un vehículo para el lucimiento de su por aquel entonces esposa, la deslumbrante Jane Fonda, que hace suya la piel de la aventurera espacial. Y es probable que el recientemente fallecido Dino De Laurentiis no pusiera ninguna pega ante este objetivo; recordemos que a lo largo de su longeva carrera como legendario productor cinematográfico demostró ser capaz tanto de lo mejor (producir películas a David Lynch, Sidney Lumet, Sidney Pollack o John Milius) como de lo peor (Flash Gordon, el King Kong de 1976 o la que nos ocupa en este caso, a la postre las obras que más se suelen asociar a su figura).
Hoy en día, Barbarella (estrenada en 1968, y que adapta en buena medida el primer volúmen del comic de Forest) es un film “mítico”, aunque desde el plano objetivo esto no es decir mucho. Siempre que se habla de ella suelen mencionarse palabros como “kitsch”, “camp” o “encanto”, y sus pósters o fotogramas suelen decorar garitos para fans de la estética “popera” que seguramente no han visto ni una sóla película de Ciencia-Ficción sesentera en su vida (¿a cuántos estudiantes de Bellas Artes así habré conocido?). Pero lo que de verdad importa es que se trata de una malísima película, salvada del olvido apenas por una mitificación popular desmedida, y que desde el plano cinematográfico no se sustenta en absoluto.
Barbarella comienza su, a mi parecer, dilatada lista de errores con el más frecuente en la mayoría de adaptaciones de la literatura o del noveno arte al cine: el medio cinematográfico es un campo que poco o nada tiene que ver con los dos anteriormente mencionados, pues cada uno de ellos posée un lenguaje propio e intransferible, y lo que funciona a la perfección en un medio, no tiene por qué funcionar traspasado a otro. De ahí que las soluciones estéticas y/o argumentales que tan bien funcionan en el campo del cómic o la ilustración, se muestren fuera de lugar o directamente ridículas al traspasarlas con tanta literalidad al campo de los fotogramas. Así sucede con Barbarella… y De Laurentiis volvería a repetir el error años más tarde con Flash Gordon.
Cuando uno se aproxima por primera vez a una película como esta, uno espera encontrar una explicación a tanta mitificación exacerbada. Pero visionándola, duele recordar que 1968 fue el año de 2001: Una Odisea del Espacio. En absoluto no es que con ello le pida a la película de Vadim la cualidad del mejor Kubick, pero es que hasta una serie clásica como Star Trek, pese a contar con medios más ajustados que el film que nos ocupa, presentaba soluciones visuales y argumentales más originales y trabajadas. Barbarella, por el contrario, cuenta con un trabajo de montaje y de puesta en escena directamente pedestres y dignos de la peor “serie Z”, un ritmo mal medido que la hace aburrida pasada la mitad, un tono totalmente incongruente que no parece saber posicionarse de manera clara en la comedia disparatada o en el cine que se toma en serio, y una banda sonora pop que, a pesar de lo buena que pueda resultar en escucha aislada, se convierte en un verdadero desastre a la hora de servir como acompañamiento musical de las imágenes. Si hay algo que hace levantar la película hasta cierto punto (y aquí el uso de la palabra “levantar” es doblemente intencionado) es la interpretación de Fonda, una auténtica belleza que doblega a cualquiera con su presencia y con su inocente mirada. La actriz intenta, y en cierto modo consigue, introducir matices a un personaje que ya se descubre plano y mal definido desde el papel, pero a pesar del esfuerzo, ni siquiera ella es capaz de evitar que todas y cada una de las interacciones entre personajes (especialmente las conversaciones más orientadas a ser momentos supuestamente cómicos) parezcan meros descartes de las sesiones de ensayo en que los intérpretes improvisan sobre la marcha.
Así, Barbarella reúne todos los males y cutrerío que se atribuyen hoy en día a las típicas producciones cinematográficas de la India. Con la salvedad subjetiva, eso sí, de que como este film posée la etiqueta popular de la “mítica”, eso hace que inconscientemente se le atribuyan valores positivos donde no los hay. Al final, machacarla (lamentablemente me estoy refiriendo tan sólo a la película) se convierte en lo más divertido de la función, pues lamentablemente, y como dice el fino y recatado dicho popular, esta película no da ni para paja.
Así, Barbarella reúne todos los males y cutrerío que se atribuyen hoy en día a las típicas producciones cinematográficas de la India. Con la salvedad subjetiva, eso sí, de que como este film posée la etiqueta popular de la “mítica”, eso hace que inconscientemente se le atribuyan valores positivos donde no los hay. Al final, machacarla (lamentablemente me estoy refiriendo tan sólo a la película) se convierte en lo más divertido de la función, pues lamentablemente, y como dice el fino y recatado dicho popular, esta película no da ni para paja.
[Reseña publicada originalmente en el número 3 de nuestra revista Planetas Prohibidos.]
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