BRIAN ALDISS y terrible paso del tiempo

Por Jorge Vilches a las 11:51 el 6 abr 2014 0 comments
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Si el paso del tiempo te angustia, y te das una importancia digna de terapia, es mejor que no leas esta novela. Aldiss quiso escribir un libro que reflejara la fragilidad del ser humano, su insignificancia y la relatividad del tiempo. Brian Aldiss escribió un conjunto de relatos dominados por el principio de la transitoriedad; es decir, que nada es eterno. Es más; en cada uno de los cuentos va poniendo al descubierto lo que a su entender es la estupidez humana y su paso imperceptible para la Historia del Tiempo. Los “calentólogos” y agoreros de lo nefasto del ser humano se van a llevar un pequeño chasco con este libro de la new-wave

La razón es que parece que da igual lo que hagamos; a fin de cuentas no somos más que accidentes mínimos de la evolución natural, y nuestro “daño” al planeta es ridículo. De esta manera, las vidas particulares y los “grandes” problemas” que nos atenazan carecen de importancia, nuestro planeta no es nada, el sistema solar que nos cobija es una menudencia, y la galaxia…, la galaxia es un simple, pequeño y volátil grano de arena, un “pequeño laboratorio cósmico –escribe al final de la novela- para los ciegos experimentos de la naturaleza”.


A partir de ahí, Aldiss repite lo que hoy son tópicos de la new-wave: lo importante es la naturaleza –con
independencia de cómo la definamos-, no hay orden, no hay Dios, no somos nada salvo individuos que debemos tomar conciencia de nuestro hoy, y disfrutar. Así lo señala Robert Silverberg en el prólogo –un escrito desigual que desmerece al fantástico autor-, cuando dice que nadie debe buscar en esta obra de Brian Aldiss un pronóstico, sino una parábola poética sobre la transitoriedad. Es más; parece que Silverberg ajusta cuentas con aquellos que escribían relatos proféticos, o establecían fórmulas matemáticas para señalar el futuro; es decir, Isaac Asimov y su Fundación. Aldiss transita los caminos de la especulación sin pretender ningún rigor científico, al estilo de Ray Bradbury y sus Crónicas marcianas, aunque la obra del norteamericano la supera en su calidad narrativa y metafórica.

Galaxias como granos de arena está compuesta de nueve relatos. Los tres primeros son los mejores, así como el sexto y el noveno. El resto es flojo, sinceramente. El que comienza la obra se titula Los milenios de guerra. Inalcanzable. Es un relato maravilloso, con ideas que recuerdan a Philip K. Dick y Michael Bishop, como las “sueñerías”, unos establecimientos en los que la gente se encierra en cápsulas a soñar para evadirse de la realidad, y la presencia de hombres del futuro que recuperan lo que a ellos les falta: naturaleza salvaje. El segundo relato lleva por nombre Los milenios estériles. Todas las lágrimas del mundo, en el que Aldiss trata la guerra como un mal endémico del hombre, que es un tópico de la new-wave presente, por ejemplo, en Los genocidas (1965) de Thomas M. Disch. En este caso, Aldiss habla de la guerra de razas, negros contra blancos, como en Tiranía universal (1964) de Damon Knight. Junto a la guerra empieza el crecimiento de las máquinas, de los robots que van sustituyendo al hombre en las tareas cotidianas hasta el punto de que asumen la personalidad humana. Esto es lo que cuenta en el tercer relato, Los milenios de los robots. ¿Quién puede reemplazar a un hombre?; un cuento que ya leí en una colección suya titulada El exterior (1965).

Los peores cuentos son el cuarto y el quinto. En el primero de ellos, titulado Los milenios mixtos. Perfil devastado, Aldiss quiso dar un toque filosófico a la situación de la Humanidad y del planeta contraponiendo el verde presente con los negros vestigios del pasado. El hombre sobrevive sin conocimientos, como si hubiera vuelto a la Edad Media, pero con unas máquinas que aún funcionan, pero que todavía se hacen la guerra. Y ese quinto cuento, Los milenios oscuros. ¡Oh, Ishrail!, narra la tiranía de una creencia religiosa absurda, y la aparición de vida en la galaxia. Estos “alienígenas” descubren al hombre que son la especie más atrasada de la galaxia y que la van a proteger, al estilo de un Arthur C. Clarke. El instrumento de progreso es la “galingua”, la lengua de la galaxia, que permite comprender al Hombre su posición en el Cosmos. Es más; en el sexto relato, Los milenios de las estrellas. Incentivos, cambian a la Tierra de nombre, y la llaman Yinnisfar, que significa “Ilusión”. ¿Por qué ese nombre? Porque en última instancia “nada existe, todo es ilusión”.

A partir de aquí Aldiss cuenta la evolución del ser humano, partiendo de la idea de que el siguiente paso es la toma de conciencia de seres vivos cada vez más simples, y a ello dedica los relatos séptimo y octavo, Los milenios de los mutantes y Los milenios de la megalópolis. Y cuando creía que debía tomar este libro como un buen somnífero Aldiss nos da un último relato interesantísimo. Empieza como si fuera
Asimov, el Stanislaw Lem de Diario de las estrellas (1971), o el Murray Leinster de Mundo prohibido (1962): un tipo va en una nave transportando “cintas” con historias e imágenes; entre ellas, las más vendidas, las eróticas. Pero como es un borrachín se le olvidó rellenar de oxígeno los tanques, así que debe buscar un planeta con una atmósfera donde recargarlos. Así llega a uno, bien verde y bonito, pero al salir de la nave, el aire es tan puro que muere. Un ser recoge sube a la nave, estudia las cintas y emprende rumbo a Yinnisfar para darles una noticia: la Galaxia se acaba. Este relato, Los milenios finales. Ameba visitante, está contado de una manera especial, en segunda persona, es uno de los mejores y permite perdonar el que otros sean un auténtico ladrillo.

Por cierto, y para terminar, el libro está plagado de sentencias maravillosas para soltar por ahí o poner en un perfil de cualquier red social. Tomad nota, porque aunque sólo sea por eso, esta novela merece ser leída. 

Publicado por Jorge Vilches suscribirse a los artículos de Jorge Vilches: encontrado por el Beagle Espacial cerca de la Nebulosa de Magallanes. Se estableció en la Tierra de forma provisional, pero todavía está aquí. Dice que procede del Mundo del Río. En fin. Lleva siempre una escafandra porque cree que es inminente el ataque de Hicsos, el planeta que está en el perihelio de la órbita solar. Mientras tanto se ha convertido en un experto en la Historia del ser humano contemporáneo y de su vida política. Mantiene un blog de comentarios de libros de ciencia ficción titulado Imperio Futura.

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