Revolución tridimensional

Por Lino Moinelo a las 11:38 el 26 feb 2011 0 comments
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Uno de los aspectos mas controvertidos de la tendencia cinematográfica reciente considerada una «revolución», es el llamado «3D». De momento, lo que más ha revolucionado ha sido a algunas productoras que se están preparando para ello o que han cambiado in extremis y con calzador a algunos de sus trabajos para esta tecnología, a consecuencia del éxito de Avatar.


El 3D «revolucionario»


«Lluvia de albondigas», otra de tantas de animación en 3D, lo 1º con lo que se atrevieron antes que con imágen real
Lluvia de albóndigas
Ahora bien, ¿donde está la supuesta nueva tecnología revolucionaria? ¿dónde está ese 3D necesario para un trabajo que según Cameron «ha estado desarrollando durante años hasta que hubiera la tecnología suficiente»? ¿es el mismo que para hacer «UP» o «Lluvia de albóndigas»? Por increíble que parezca, cara al espectador es el mismo, así que ¿cuál es la novedad?

«Motion capture» o «mocap» de toda la vidaParece ser que lo que Cameron ha desarrollado no es el 3D propiamente —al menos yo no lo entiendo así— sino una técnica para filmar y visualizar a los actores caracterizados como los personajes creados por ordenador, e inmersos en el mundo virtual creado previamente. No es por nada, pero esto no tiene nada que ver con el 3D, por lo menos el que nos están vendiendo. Además de que esto ya existía, solo que se han mejorado o aligerado los dispositivos.

En esta critica de la película leída en Cinemanet, se puede entender cuál es el elemento diferenciador de Avatar respecto al resto. Parece cierto que para contar la historia de Poul Anderson y su Joe, una de las mejores formas para sentir lo que el protagonista al estar dentro de su Avatar, es ver tridimensionalmente con los ojos de éste cómo se desenvuelve por un planeta extraño, espectacular y, en el caso de la película, maravilloso —gracias al buen trabajo de los creadores gráficos, o lo que es lo mismo, una persona con un teclado—.

Cartel de «Avatar», la película

Puede que sea esto a lo que se refería Cameron al decir que esperaba esta tecnología, para así poder envolver al espectador en un entorno de ensueño y en definitiva, crear una adicción similar en el espectador a la que experimentan tanto Edward Anglesey en el relato de Anderson, como el Jack Sully de Avatar: se enamoran del planeta de su huésped artificial. Es decir, los 3D son una nueva forma de ver el cine, que podría suponer un cambio similar a lo que produjo el cine sonoro.

«Lluvia de gafas 3D»
«Lluvia» de gafas 3D

Aquí es donde podría estar la revolución cinematográfica, pero si miramos entre bastidores el panorama cambia bastante. Todo parece indicar que esta parafernalia montada por el director de origen Canadiense no es otra cosa en el fondo que un truco mercadotécnico para activar un mercado que no se había puesto en marcha definitivamente, y de dudosa utilidad para el espectador. Nada como un proyecto cinematográfico envuelto con palabras grandilocuentes junto con una impresionante campaña publicitaria que ya dio sus frutos con Titanic (Cameron, 1997), para lograr que todo el mundo vaya al cine como si fueran Zombies; una patética escusa en definitiva, para hacernos a todos ir a las salas a ver lo mismo de siempre: los mismos clichés, las mismas historias y los mismos personajes.


En el cine


Se adquiere consciencia de todo esto una vez en la sala de proyección —en mi caso, meses después de su grandilocuente estreno—. Para empezar, las gafas que me tocaron —las que mucho antes de esta «revolución» decidieron los responsables de la sala— eran el modelo «barato». Al poco de comenzar la proyección, el desconocido que tenía al lado se dirigió hacía mi visiblemente consternado, y produciéndome no menos alarma: que si se veía oscuro o era el mismo —le falto decir: ¡dios mio, dios mio, que me está ocurriendooo!!—. Lo cierto es que el cristal polarizado reducía notablemente la luminosidad de la proyección, cosa que comprobé durante dos o tres minutos mirando la pantalla alternativamente por encima de las gafas, y a través de ellas —aunque la imagen ya tuviera en cuenta la reducción de luminosidad del filtro de las gafas, resultaba desconcertante—.

Finalmente, tras estos iniciales momentos de incertidumbre y una vez la mágica cuenta regresiva que flotaba delante de nosotros dio paso a la película, ocurrió lo que me temía: además de la similitud con el texto de Anderson, no pude evitar tener la sensación durante toda la proyección de que los Na’vi reproducían los roles de una tribu de apaches. El jefe de la tribu, los adornos, las jerarquías, la hechicera y además, los indios nativos de Norteamérica también vivían en armonía con la naturaleza, no la consideraban propiedad de nadie, y cabalgaban a lomos de sus monturas de forma similar. Puestos a basarse en la literatura de ciencia-ficción podrían haber echado mano de alguna obra del inigualable Jack Vance y sus recreaciones de sociedades alienígenas, no en las películas de indios y vaqueros.

Pácificos Na'vi cantando himnos ecológicos de paz y amor Indios nativos de Norteamérica 
 

El responsable


El responsable de este desaguisado es una persona que contrata con una empresa de tecnología 3D para las salas de cine en cuyo desarrollo no ha tenido nada que ver, la promoción de una película que se vende como si no de no ser por ella, ese mismo 3D apenas pudiera existir. Es posible que ahora esto sea cierto en parte, gracias a su éxito taquillero, pero no deja de parecerme una de esas siempre extrañas paradojas temporales, en las que es el conocimiento futuro de algo lo que realmente lo provoca, una singularidad temporal en la que el protagonista se saca de una chistera cualquier cosa, un condensador de fluzo, un Na’vi, o un impresionante contrato comercial. Y mientras logra todo esto con una empresa, simultáneamente se hace fotos con las gafas de la competencia. Todo un oportunista comercial «de Cine».

James Cameron, el rey del pollo frito... ¿?
Este responsable, que en el año 1997 se creía el Rey del Mundo, es con gran probabilidad la causa de que echaran a un famoso cómico de la ceremonia de los Oscar, por ridiculizar con muchos motivos para ello, al supuesto método de reproducción de los Na’vi. Las escenas de apareamiento nos las «ahorraron» presenciar, seguramente para garantizar la categoría «para todos los públicos» de Avatar, pero sí que pudimos comprobar como el cortejo romántico es bochornosamente —por poco original— idéntico al de cualquier parejita terrestre —humana, por supuesto—.

El mismo responsable que reconoce haberse basado en todas las novela de ciencia-ficción habidas y por haber, nos sorprende ahora con que va a escribir un libro precuela de Avatar. Es decir, tras haber recogido todas las ideas posibles provenientes de la literatura —y otros ámbitos— para aplicarlas a su película y cosechar un gran éxito comercial (de momento cinematográfico, poco), lo aprovecha para sacar un poco más de tajada con un libro —veremos si es él el que lo escribe—.

Pero la verdadera revolución es la interpretación que se puede leer en algún medio sobre este asunto:

Un «recorrido contrario al habitual». No contento con presentar un guión que es cualquier cosa menos original y vender —a pesar de ello— una supuesta innovación que poco aporta al espectador salvo en vaciar dinero de su bolsillo, lo va a explotar aún más con obras impresas sin tener en cuenta las fuentes de las que bebe directamente. Toda una revolución.


Artículo publicado originalmente en el blog Al final de la Eternidad el 19 de junio de 2010

Publicado por Lino Moinelo suscribirse a los artículos de Lino:
Informático y documentalista despistado. Se aficionó a la ciencia-ficción cuando de pequeño le regalaron unos libros infantiles asesorados por el mismísimo Asimov. Tiene un blog dedicado a este género donde vuelca su afición: Al final de la Eternidad. Pudo graduarse en la Escuela de Batalla pero llegó tarde al examen. No obstante, se alistó como voluntario en la Flota Internacional, donde participa desde entonces en misiones interplanetarias de paz.

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