Seguimos recuperando relatos de los primeros números de la revista Planetas Prohibidos. En este caso, publicamos el relato titulado Unidad de Servicio Doméstico (también conocido por BELINDA, nombre de la protagonista). El relato es obra de Joe Álamo, al que dedicamos la sección Un Escritor de nuestro número 1, acompañándolo de una entrevista, y la reseña de su obra más reciente en ese momento: Penitencia. La acompaña la excelente ilustración de Juan Raffo.
BELINDA
Dedicado
a Isaac Asimov.
—El prototipo de unidad de servicio doméstico,
Belinda 2, cuenta con los últimos avances en robótica, incluyendo un nuevo
programa de lealtad implantado en su cerebro positrónico. Así resolvemos los
problemas que presentaban los modelos Belinda 1…
—Bla, bla, bla. Concreta, haz el favor.
—Quiero decir que el tiempo y la calidad de
respuesta se han afinado apreciablemente—. Ricardo Java, ingeniero de robótica
y padre del proyecto Belinda, se secó el sudor de la frente. Estaba nervioso y
la actitud seca del otro no le facilitaba las cosas.
—Se han terminado las reclamaciones por tareas mal
ejecutadas o incluso, sin atender que recibimos con las Belindas 1. La Belinda 2 cuenta con nuevos
parámetros ejecutivos basadas en el replanteamiento de la ecuación referida a
las variables de…
—Sabes perfectamente que no entiendo ni jota de
todo eso —el rostro redondo se acercó a la pantalla hasta ocuparla en su
totalidad. La inmensa papada temblaba como dotada de vida propia—. Pero algo sí
que sé. Otro fallo y te vas a la puta calle.
Ricardo tragó saliva,
reprimiendo las ganas de enjugarse de nuevo el sudor.
—Bueno, resumiendo, el problema de las Belinda 1
era que cualquiera podía darle una orden y eso suponía que, muchas veces,
recibían órdenes contradictorias e incluso, malintencionadas, sobre todo por
parte de los niños.
—Bestezuelas —gruñó la imagen de la pantalla.
—¿Eh? Sí, claro. El caso es que con el programa de
lealtad, Belinda 2 responderá a una sola sola persona. Además, al mejorar
también el tiempo y la calidad de respuesta, tenemos un robot más rápido y
eficiente que cualquiera de los creados anteriormente.
El grueso rostro observó a
Ricardo sin decir nada. Este ordenó unos folios que tenía sobre la mesa,
buscando algo más que añadir.
—Belinda 2 ha superado todos los controles de calidad
con sobresaliente y…
—Vale, vale. Eso ya lo he leído en el informe que
me remitió. Quiero que la envíen hoy mismo.
Cuando por fin se apagó la
pantalla, Ricardo se derrumbó en la silla de su despacho. Bebió a grandes
tragos de un vaso de agua que había sobre la mesa y luego, procuró recuperar el
control respirando lentamente.
—El presidente es un hombre de trato difícil.
La voz le sobresaltó, por un
momento había olvidado que no estaba solo. Se volvió hacia la esbelta figura
que le observaba. Es hermosa, pensó.
No había necesidad de que lo fuera, pero no había podido sustraerse a darle un
toque femenino a su creación. La cintura estrecha, las largas piernas, el
ligero abultamiento en la zona pectoral y la piel dorada, hacían de Belinda —nada
de “2”, para Ricardo esa era la
Belinda— algo digno de admiración. No es que alguien pudiera confundirla con
una mujer de carne y hueso, no. El Complejo de Frankenstein no lo hacía
aconsejable. Un ser perfecto con apariencia humana, causaría un impacto entre
la población, sobre todo la femenina, difícil de valorar, aunque con altas posibilidades
de ser negativo. Al menos, esa había sido la conclusión del gabinete de
psicología consultado por la Tyrell Corporation. El presidente, Sebastián
Tyrell, había sido tajante:
—¡Nada de robots que se puedan confundir con seres
humanos! ¡Sólo falta que una turba de descerebrados fanáticos nos acuse de
jugar a ser dioses!
Ricardo abandonó sus
reflexiones, centrándose en Belinda.
—Sí, es duro y quizás tenga sus motivos. Sin embargo,
esta vez no hay nada que temer. Eres la culminación de años de trabajo. Has superado
los controles de calidad a la perfección, Tu reacción a las órdenes es
increíble.
—Y aun así, a diferencia de la anterior Belinda, he
de superar un último control.
—No tienes que preocuparte por eso. Estarás un par
de días al servicio del presidente, quiere estar seguro de que todo irá bien.
Luego dará su aprobación y fabricaremos más como tú. ¡Cientos, miles, hasta
millones de unidades Belinda! ¡No habrá hogar que no quiera contar con una!
El robot no dijo nada. Mantener
una conversación, si se le invitaba a ello, era parte del programa. Hasta podía
tomar la iniciativa, pero eso tan sólo era un pequeño plus. Un extra, por así
decirlo.
Esa misma tarde, Belinda 2 fue programada
para responder en exclusiva a las peticiones del presidente de la Tyrell
Corporation, luego la embalaron y enviaron por avión a la mansión del
empresario. Ricardo se encontró rezando para que todo fuera bien mientras
observaba la aeronave alejándose. Se reprendió por hacerlo. Era un hombre de
ciencia, creía en la ciencia y esta nunca le había fallado.
A las dos horas de la partida,
llamaron a Ricardo para informarle que el envío había llegado a su destino. A
las tres horas, Sebastián Tyrell en persona se puso en contacto con él para
comentarle, lleno de entusiasmo, que Belinda 2 era una maravilla. A las cuatro
horas, el presidente estaba muerto, el departamento de seguridad de la empresa
había enviado devuelta al robot y ahora, Ricardo, al que habían arrancado de la
cama, estaba cara a cara con ella intentando averiguar qué había ocurrido.
La Junta de Accionistas de la
Tyrell estaba reunida en el mismo edificio y le había concedido al ingeniero
una hora para dar respuestas, si es que las había. Luego desmantelarían a
Belinda y pondrían en marcha una operación de encubrimiento, algo no demasiado
difícil teniendo en cuenta que la única testigo de la muerte había sido la
esposa de Tyrell. En la empresa nadie era ajeno a los rumores de que el
matrimonio Tyrell había sido desde su inicio, una “inversión” por parte de
Sebastian. La señora Tyrell era ahora la única heredera de su inmensa fortuna y
nadie esperaba que ella fuera a ponerse a llorar. Más bien al contrario.
Sin embargo, el destino de
Ricardo no era muy halagüeño; o daba una explicación convincente o lo de a la puta calle sería una realidad.
En cuanto estuvo a solas con
Belinda, Ricardo canceló el programa de lealtad. Así podrían hablar con más
libertad. La observó allí de pie. Es
hermosa, volvió a pensar. Pero ha
matado a un ser humano, se dijo a continuación. Suspiró para sus adentros.
—¿Qué ha ocurrido, Belinda?
—Fui confiada al servicio del Sebastián Tyrell,
dueño y presidente de la…
—Eso ya lo sé —la interrumpió Ricardo—. Lo que
quiero saber es el por qué de esta tragedia.
—Lo ignoro.
—¿Lo ignoras? La mujer de Tyrell es testigo de lo
sucedido en la casa. ¿Cómo puedes decir que lo ignoras?
—Porque es cierto, ignoro los motivos de vuestra
desaprobación.
Ricardo frunció el ceño
sintiéndose confundido.
—Cuéntame qué ocurrió, a ver si sacamos algo en
claro.
—Asumo que hace referencia a los hechos acaecidos
una vez fui desembalada y puesta al servicio del señor Tyrell.
Ricardo asintió.
—El señor me ordenó que limpiara la casa, segara el
césped de su jardín y por último, preparara la cena. Cometidos que llevé a cabo
en cuarenta y cinco minutos y treinta cuatro segundos para plena satisfacción
del señor.
Y tanto, pensó
Ricardo recordando la entusiasta llamada que le había hecho el presidente.
—A continuación serví la cena y quedé a la espera
de más órdenes mientras el señor Tyrell comía en compañía de su esposa. Intenté
entablar conversación, comentando lo elegante que estaba el señor, pero la
señora Tyrell solicitó a su esposo que me hiciera callar. Luego la señora Tyrell
comenzó a hablar sin obtener demasiadas respuestas del señor. Me pareció que a
ella no le alegraba demasiado mi presencia allí. El señor no le prestó mucha
atención hasta que ella dijo que había hablado con alguien llamado Mamá –deduje
que se refería a su madre— y que la había invitado a pasar unos días con ellos
en la mansión. El señor Tyrell respondió que no tenia ganas de ver a esa vieja
bruja…—Belinda calló unos instantes—. No sé lo que es una bruja.
—Eso no importa —replicó Ricardo, ahogando una
sonrisa—. Continua.
—La señora Tyrell se enfadó y su rostro se puso
rojo, muy rojo. Le dijo al señor Tyrell que gracias al dinero de su madre, él
había podido montado la
Tyrell Corporation y montar cacharros como ese de ahí. Deduje
que se refería a mí.
Ricardo asintió sin comentar
nada.
—La señora añadió que cuando se conocieron él era
un tuerce botas… ¿Qué es un tuerce botas?
Ricardo agitó la mano,
exasperado. Belinda siguió hablando.
—Ella dijo que él era un tuerce botas y que lo
menos que podía hacer, era mostrar algo de consideración. El señor le gritó
también, con el rostro totalmente granate,… ¿Los humanos cambian de color?
Ignoraba que pudieran hacerlo…
—Belinda, ya habrá tiempo para eso después. Sigue.
—Bien, el señor le gritó que ese dinero se lo había
pagado con creces a la madre de la señora Tyrell aguantando a su hija todos
esos años. Ella entonces le chilló que quisiera o no, al día siguiente llegaría
Mamá y que la tendría que recoger en el aeropuerto. El señor adquirió un
intenso color violáceo y arrojando un plato al suelo, dijo que antes prefería
que le ahorcaran a ir a buscar la madre de la señora Tyrell al aeropuerto. Eso
fue todo. Sigo sin entender porqué todo esto es una tragedia.
Belinda calló dando por acabada
la explicación. Al principio Ricardo la miro sin comprender, pero poco a poco
la verdad se abrió paso.
—Y tú, tú —se echó las manos a la cabeza—. Tú, la Belinda perfecta, la del programa
de lealtad, le complaciste.
Ricardo Java, ingeniero en
robótica, hizo lo único que podía hacer en esas circunstancias. Se echó a
llorar.
Una vez remitió su informe, no
le sorprendió averiguar que la nueva presidenta, Emily Tyrell, quería verle de
inmediato. Lo que sí le sorprendió fue que mantuviera el proyecto Belinda. Más
aun la generosa indemnización que le concedió a cambio de su discreción y
muchísimo más que ella se quedara con Belinda para su uso exclusivo.
Eso sí, le obligó a añadir un
nuevo parámetro al programa del cerebro positrónico del robot:
Ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su
inacción, que un ser humano sufra algún mal.
—A fin de cuentas, no hay mal que por bien no
venga— le comentó ella con una gran sonrisa.
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