Una de las frases más conocidas por los aficionados a la ciencia-ficción es «el espacio, la última frontera» popularizada por la famosa serie televisiva Star Trek. A lo largo de la historia nuestra especie se ha encontrado con otras fronteras, si no tan lejanas en distancia, sí más sorprendentes, difíciles de alcanzar, y enormemente enigmáticas de lo que se esperaba. Uno de estos casos podrían ser los profundos fondos marinos de las fosas abisales. Lugares a los que la luz del Sol ha llegado tan poco como a los más lejanos planetas del sistema solar. Entre otros de estos desafíos existe uno en el que poderosos sectores del mundo científico y empresarial están invirtiendo grandes recursos. No se trata de la energía del punto cero, ni de la teleportación, ni de viajes a mayor velocidad de la luz. Ese gran reto tan lejano en apariencia, es sin embargo, uno que llevamos permanentemente muy cerca de nosotros: la mente humana.
El ámbito que estudia la emulación de nuestra mente está rodeado de una gran controversia, no sólo científica, sino también filosófica y política. La división no consiste en la clásica diferencia entre lo racional y lo místico, sino que dentro de la propia comunidad científica hay diferencias sustanciales de concepto. Estas provienen por un lado, de las distintas maneras de enfrentarse a lo que se llama como «singularidad tecnológica», lo que Asimov llamó el «complejo de Frankenstein» o el temor a que las máquinas nos sustituyan. Se podría establecer una clasificación de estas posturas de la siguiente manera: (a) los que piensan que la emulación y superación de nuestra mente en todos sus aspectos, no es más que cuestión de tiempo y desarrollo tecnológico. (b) Los que creen que nuestra consciencia no es posible emularse mediante una máquina, y que sólo un organismo biológico que ha pasado por un proceso evolutivo puede alcanzarla. (c) También están los que piensan que será necesario un descubrimiento importante a nivel cualitativo —que actualmente apenas se intuye— para tan solo comprender los mecanismos por los que actúa nuestra mente en su totalidad, mucho menos para emularla. (d) Y finalmente, los que piensan que aunque no sea en todos sus aspectos, la mente puede ser imitada en gran medida o en todo caso, lograr dispositivos autónomos lo suficientemente capaces como para considerarse equivalentes a los humanos.
En cuanto a la cultura popular y el resto de la sociedad, algunas personas —acostumbradas a estar en «la cima» de la cadena alimenticia— se sienten incómodas en cuanto contemplan la posibilidad de tener frente a sí a otro «ser» con similares o superiores capacidades. Temor análogo a la posibilidad de contactar con seres extraterrestres más avanzados intelectualmente o más desarrollados tecnológicamente. Esto se suma a la tendencia actual relacionada con el ciberpunk a pensar que el ser humano es sustituible, una máquina imperfecta que puede —y debe— ser superada. Y luego estamos los demás, que simplemente, sentimos verdadera fascinación por imaginar máquinas que puedan pensar, sean antropomórficos o si nos miran a través de una gran lente con tonos rojizos. El hecho de que la ciencia no tenga una explicación adecuada en sus propios términos para definir inteligencia o consciencia es lo que provoca que cada sector se incline a a favor de sus preferencias subjetivas, en función de las creencias, ideologías y en definitiva, de las distintas concepciones filosóficas que se tiene del mundo que nos rodea.
Pensamiento, consciencia e inteligencia
Ciñéndonos exclusivamente al mundo científico y dejando a un lado en esta ocasión las respuestas basadas en explicaciones de origen místico, por simplificar, se podrían formar tres grandes grupos de científicos en función de sus ideas sobre el asunto —entre paréntesis se indica la relación con la clasificación anterior—:
El cerebro es una máquina —(a)—
Los defensores de la llamada Inteligencia Artificial «fuerte» —el resto es llamada «débil»—, postulan que el cerebro es una especie de ordenador enormemente complejo que puede ser emulado en su practica totalidad. El principal límite para alcanzar este logro sería necesitar del suficiente desarrollo tecnológico, a lo que responden con la llamada Ley de Moore y por extensión a la del crecimiento exponencial, por la cual se barajan unas fechas calculables donde mediante la tecnología se podrá superar incluso la capacidad del cerebro humano.
Este grupo se caracteriza por un gran positivismo científico, que por propia definición, tiende a ignorar todo aquello que no se puede medir. Aunque su especialidad no es la Inteligencia artificial, tal vez el científico más reconocible de esta tendencia epistemiológica es el famoso zoólogo de origen británico Richard Dawkins —prologuista de La máquina de los memes (2000), de Susan Blackmore—. Este y otros científicos y divulgadores dan forma al llamado nuevo ateísmo. Entre ellos se encuentran un tal Daniel Dennet —filósofo de la ciencia destacado en el campo de las ciencias cognitivas— y Steven Pinker —científico cognitivo y escritor—.
Sus ideas sobre nuestra mente consisten someramente en considerar que sea lo que sea ocurre dentro de nuestro cerebro, como elemento físico y circunscrito en un espacio limitado que es, ha de ser posible reproducirlo —en imitación a lo que la naturaleza ha logrado— mediante tecnología lo suficientemente avanzada —en la actualidad, técnicas computacionales llevadas al extremo—. Si bien este argumento parece aplastantemente cierto en su primera parte, tiene el problema de ignorar aspectos cuyos principios no son conocidos, y lo que se sabe de ellos arroja más dudas: conceptos como la consciencia —o la capacidad de una entidad de tener conocimiento sobre si misma y su relación con el entorno— , la intuición —o la capacidad de llegar a conclusiones útiles sin disponer de toda la información relevante—, o la capacidad de resolver problemas no computables —aquellos que ningún computador, por potente que sea, puede resolver—. A pesar de estos problemas, insisten en continuar con sus investigaciones basadas en la más pura ortodoxia científica tradicional, convencidos de que el aumento de la capacidad de procesamiento será suficiente para que aparezcan el resto.
Este grupo se caracteriza por un gran positivismo científico, que por propia definición, tiende a ignorar todo aquello que no se puede medir. Aunque su especialidad no es la Inteligencia artificial, tal vez el científico más reconocible de esta tendencia epistemiológica es el famoso zoólogo de origen británico Richard Dawkins —prologuista de La máquina de los memes (2000), de Susan Blackmore—. Este y otros científicos y divulgadores dan forma al llamado nuevo ateísmo. Entre ellos se encuentran un tal Daniel Dennet —filósofo de la ciencia destacado en el campo de las ciencias cognitivas— y Steven Pinker —científico cognitivo y escritor—.
Sus ideas sobre nuestra mente consisten someramente en considerar que sea lo que sea ocurre dentro de nuestro cerebro, como elemento físico y circunscrito en un espacio limitado que es, ha de ser posible reproducirlo —en imitación a lo que la naturaleza ha logrado— mediante tecnología lo suficientemente avanzada —en la actualidad, técnicas computacionales llevadas al extremo—. Si bien este argumento parece aplastantemente cierto en su primera parte, tiene el problema de ignorar aspectos cuyos principios no son conocidos, y lo que se sabe de ellos arroja más dudas: conceptos como la consciencia —o la capacidad de una entidad de tener conocimiento sobre si misma y su relación con el entorno— , la intuición —o la capacidad de llegar a conclusiones útiles sin disponer de toda la información relevante—, o la capacidad de resolver problemas no computables —aquellos que ningún computador, por potente que sea, puede resolver—. A pesar de estos problemas, insisten en continuar con sus investigaciones basadas en la más pura ortodoxia científica tradicional, convencidos de que el aumento de la capacidad de procesamiento será suficiente para que aparezcan el resto.
Los «platónicos» —(b) y (c)—
Gracias a los estudios de Alan Turing y de Kurt Gödel principalmente, se conoce que hay procesos que no pueden ser emulados en ningún computador siguiendo los estándares de programación actuales. En función de este límite, otra buena parte de la comunidad científica está convencida de que nuestra mente se rige por unos principios desconocidos cuyo fundamento principal no tiene nada que ver con el de los actuales computadores basados en la Máquina de Turing. No descartan que algún día se cree algún dispositivo con capacidades de toma de decisión tan avanzadas que verdaderamente pueda coexistir con los humanos y realizar tareas que no requieran nuestra intervención. Pero en la actualidad, piensan que no se ha dado ni un solo paso en la dirección de lograr una inteligencia comparable a la humana. Asumen que inteligencia y consciencia son conceptos íntimamente relacionados, de forma que no pueden existir una sin la otra fuera de un soporte biológico. El conocido Test de Turing y experimentos mentales como la Habitación China (John Searle), sin ser concluyentes, parecen dar validez a estas suposiciones.
Lo más pintoresco de este colectivo de científicos sobre nuestra condición —con toda probabilidad, la causa principal de diferencia con el anterior— es que para ellos la intuición es un proceso que nos conecta con un plano dimensional distinto al físico, en donde residen todas las ideas en espera de que un cerebro «conecte» con ellas y las «descubra». El uso de este verbo no es arbitrario, ya que en algunos casos parece que en efecto —según este paradigma— determinados conceptos hayan estado «ahí», desde el principio de la eternidad, hasta que alguien ha dado con ellos.
Lo más pintoresco de este colectivo de científicos sobre nuestra condición —con toda probabilidad, la causa principal de diferencia con el anterior— es que para ellos la intuición es un proceso que nos conecta con un plano dimensional distinto al físico, en donde residen todas las ideas en espera de que un cerebro «conecte» con ellas y las «descubra». El uso de este verbo no es arbitrario, ya que en algunos casos parece que en efecto —según este paradigma— determinados conceptos hayan estado «ahí», desde el principio de la eternidad, hasta que alguien ha dado con ellos.
Roger Penrose —también de origen británico— es el científico más conocido que muestra este parecer. En su libro La nueva mente del emperador (1991), explica cómo los fractáles aparentan «esconder» en su interior matemático estructuras complejas sorprendentes cuyas manifestaciones pueden encontrarse en la naturaleza. En su obra, argumenta que no son pocos los casos de científicos que han realizado sus descubrimientos de forma «repentina», sin realizar un proceso racional para llegar hasta ellos —por supuesto, la validación posterior fue a través del método científico—. La teoría de la mente que Penrose propone se basa en la mecánica cuántica, hoy por hoy la que parece ser la única alternativa para poder explicar el peculiar funcionamiento de nuestra mente. Si bien, para llegar a una solución satisfactoria es necesario alcanzar logros tales como desarrollar una Teoría del Todo, que haga compatibles la gravedad con la mecánica cuántica —de momento irreconciliables—. El problema de la teoría de Penrose es que es demasiado ambigua y abarca demasiado, siendo como matar moscas a cañonazos. En otra de sus obras —Lo grande, lo pequeño y la mente humana (1999)— el científico contesta a algunos argumentos de otros colegas —como Stephen Hawkins— y proporciona detalles más concretos de su teoría así como una prueba experimental para refutarla.
Isaac Asimov —(d)—
Tuvo que ser un escritor de ciencia-ficción el que señalara algunos conceptos que el mundo científico había pasado por alto, perdidos entre discusiones ideológicas y probablemente, mirándose en exceso el ombligo. Asimov era profesor de universidad, pero su prestigio —aún vigente— proviene principalmente de sus conocidas facetas de escritor y divulgador. Su interés personal no residía en la investigación científica sobre la inteligencia, aunque había escrito algunos artículos sobre los test de coeficiente intelectual.En una ocasión le pidieron que diera una charla sobre el tema tras una cena conmemorativa, junto a otros científicos. Resulta que en aquella cena se reunían investigadores de primera talla como Marvin Minsky y Heinz Pagels, que por azares del destino se sentaron uno a cada lado del escritor de La Fundación. Minsky y Pagels continuaron ambos con una discusión que venía comenzada de una conferencia sobre computadores en la que también se encontraba John Searle. Resumidamente, Pagels era de la opinión de Searle, Penrose y compañía, mientras que Marvin Misnky defendía la postura típica de la inteligencia artificial fuerte de Dennet, Pinker y otros. Al comprobar el enorme empeño que ambos científicos ponían en sus posturas, Asimov percibió que se encontraba ante un asunto de una magnitud mayor de lo que había supuesto. Con cierta ansiedad —según relata Asimov en El Monstruo Subatómico— escuchó a ambos científicos en su acalorado debate —que discurrió literalmente «sobre su cabeza»— y con esos datos, improvisó una charla que al parecer dejó a todos con la boca abierta. El patilludo escritor argumentó que además de la inteligencia humana pueden haber otros tipos de inteligencias —naturales o artificiales—, las cuales resulta absurdo pretender identificar en base a cánones humanos —de alguna manera coincidente con lo que Stanislaw Lem suele reflejar en novelas como Solaris o Fiasco—.
En resumidas cuentas, lo importante no es imitar el funcionamiento de un dispositivo biológico como nuestro cerebro, fruto de millones de años de evolución que surgió al parecer como respuesta a la necesidad de desplazarse por la superficie. Un órgano que por una serie de factores azarosos y complicados, desarrolló posteriormente lo que conocemos como consciencia. La incomprendida serie de televisión Caprica (Moore y Eick, 2010) es de las pocas que refleja esta circunstancia: los primeros prototipos de cylones eran torpes en su interacción con el mundo físico, se tropezaban y no acertaban en sus objetivos. Al instalares un chip de última generación «meta-cognitivo» —en la serie, una nueva tecnología de computación—, lograban procesar la información necesaria para moverse por el entorno con efectividad, identificando con precisión objetivos, elaborando estrategias y ejecutándolas en la práctica. Tal vez sea posible lograr algún tipo de inteligencia no necesariamente como la humana, pero que pueda servir para su propósito. Tal y como Asimov argumenta, no es la primera vez que el ser humano crea dispositivos que no tienen igual en la naturaleza, pero son igualmente útiles a su modo, complementando lo existente. El principal ejemplo sería el invento de la rueda, cuya aplicación al transporte terrestre —entre otros— fue totalmente inédito.
Mente y Cosmos
En cualquier caso, el estudio científico de nuestra mente y de nuestra naturaleza, es un objetivo no menos interesante e igualmente válido que el de la inteligencia artificial —cuyas investigaciones pueden apoyarse mutuamente—. Sea cuál sea el camino, el resultado una vez se alcance cierto límite significará un antes y después en la historia humana —análogo al hallazgo de vida extraterrestre— cuyas consecuencias son imprevisibles. Siempre ha sido así en la ciencia. Siempre se ha tenido cierto temor o respeto a los resultados de los avances científicos. La diferencia es que ahora se tiene una idea conocida del producto resultante: un ser tan capaz como nosotros para hacer el bien, como el mal. Tal es así que hasta científicos de la talla de Stephen Hawkins han expresado su temor. Siendo como es nuestra mente el resultado de un proceso de varios millones de años, cincelado con las leyes de la termodinámica, la gravedad y la mecánica cuántica, tal vez no haya que buscar lejos las claves de la comprensión del Universo. Tal vez, tengamos primero que comprendernos a nosotros mismos.Enlaces
- Nuevos ‘chips cognitivos’ de IBM, cada vez más cerca del cerebro humano. Siliconweek [acceso 25-11-2014]
- La Singularidad no está cerca, según Paul Allen —cofundador de Microsoft y creador del Allen Institute for Brain Science—. ALT1040 [acceso 25-11-2014]
- El bot que logró superar la prueba de Turing. Fayerwayer. [acceso 25-11-2014]
- Catálogo de inventos y creaciones soñadas. El Club de los Onironautas [25-11-2014]
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